‘Madres e hijas’: Vínculos y trampas

Rodrigo García, cineasta colombiano afincado en los Estados Unidos, gusta de las mujeres y de los microcosmos que las envuelven. Son, en su mayor parte, protagonistas de sus relatos cinematográficos, corales y de vidas cruzadas. Un género en sí mismo, a la manera del que cultiva su amigo, el mejicano Alejandro González Iñárritu, aunque las propuestas de este último sean más virulentas y extremas.

El mismo hombre que cautivara con títulos como ‘Cosas que diría con sólo mirarla’ o ‘Nueve vidas’ resulta decepcionante en su nuevo estreno en nuestra ciudad, ‘Madres e hijas’, en el que muestra un caleidoscopio de personajes femeninos heridos e insatisfechos. Y cuya vulnerabilidad emocional, disfrazada de una dureza autosuficiente, no les permite acceder a relaciones comprometidas. Tan desafiantes como frágiles, sueñan con el paraiso perdido que les fue arrebatado por imperativos sociales o biológicos.

Pese a que las mejores señas de identidad estilísticas del realizador se hagan notar, como su dominio del tempo fílmico, su puesta en escena sutil y sensible, su capacidad de interrelacionar personajes y formas de vida, su sabiduría al mostrar la intimidad o su direccion y elección del reparto, se equivoca aquí al pecar de un maniqueísmo moralizante que reduce tales cualidades.

En efecto, sitúa a sus protagonistas en tan estrechos márgenes que les invalidan, de hecho, otras opciones igualmente liberadoras y legítimas. Su defensa a ultranza, con tintes conservadores y religiosos, de la maternidad planea peligrosamente sobre un guión esquemático y tendencioso comprometiendo la credibilidad de las historias y de quienes las encarnan. Resultan muy forzadas y rígidas las conclusiones de la mayoría de los relatos, pese que un reparto impecable les insufle emoción y veracidad. Annette Bening, Naomi Watts, Kerry Washington, Jimmy Smits y Samuel L.Jackson, entre otros, son lo mejor de una cinta tan sugerente como tramposa.

CARMEN JIMÉNEZ

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