En la mañana del día 7 de julio del año 2005, cuatro bombas que portaban otros tantos terroristas suicidas explotaron en la red del transporte público londinense, provocando la muerte de 56 personas y más de 700 heridos.
Rachid Bouchareb, cineasta franco-argelino, comienza la historia de ‘London River’, fechada en 2009 y coproducida por Reino Unido, Francia y Argelia, minutos antes de que esa terrible tragedia tuviera lugar. En ese momento una granjera viuda, residente en una isla del canal de la Mancha, se entera del hecho por los informativos y, preocupada por su hija, que reside allí y no contesta a sus insistentes llamadas, decide viajar a la capital inglesa. Allí descubrirá formas de vivir y gentes tan inesperadas como ajenas.
El realizador, también guionista en esta ocasión, convierte el itinerario dramático y frustrante de esta mujer por un Londres multirracial y subterráneo, desprovisto de iconos turísticos o identitarios, en una posibilidad de acercamiento a culturas y existencias tan marginadas como desconocidas. Otra ciudadanía diferente, otras sensibilidades religiosas y personales, a las que el atentado también golpea. A este respecto, es paradigmático el coprotagonista, un excelente Sotigui Kouysté, un guarda forestal africano, residente en Francia, buscando a su hijo desaparecido, a quien no ve desde hace quince años.
Ambos progenitores, pese a la resistencia y perjuicios iniciales de ella, extraordinaria, como siempre, Brenda Blethyn, están condenados a entenderse en sus temores, incertidumbres y desconocimiento de la verdadera realidad de sus hijos, a su vez relacionados entre sí.
Sabia y sutilmente, sin estridencias ni tremendismos, el director nos va mostrando todo un caleidoscopio de realidades, en el que las facetas más íntimas y personales de los personajes revelan, a su vez, el escenario sociopolítico en el que se desenvuelven. Todo ello, subrayado por la excelente música de Armand Amar, que pone la banda sonora lírica e intensa a tantos y tan dolorosos daños colaterales.
CARMEN JIMÉNEZ