Oliver Stone vuelve al epicentro de Wall Street, veintitrés años después, para dejar constancia del paso del tiempo en sus personajes y en el sistema económico-financiero que ellos contribuyeron a dinamitar, aunque salieran indemnes- y aún beneficiarios- de la terrible crisis que padecemos. Y lo hace desde una óptica espectacular y endogámica, eficaz y brillantemente filmada, pero nada rigurosa. En definitiva, la mirada cinematográfica de un veterano liberal estadounidense en cuyo currículum figuran títulos como ‘Nacido el 4 de Julio’, ‘Platoon’, ‘J.F.K.’o ‘Nixon’… Una visión honesta, aunque tosca en ocasiones y demasiado obvia casi siempre, en su crítica repleta de ambiguedades al establishment norteamericano.
La historia arranca con la salida de la cárcel del otrora poderoso Gordon Gekko -un, como entonces, excelente Michael Douglas- y ahora desposeído, incluso hasta de los vínculos familiares, por sus pasados errores. El mundo que conoció se ha hecho aún más salvaje en su feroz competencia por las ganancias especulativas y el poder. Lo que le hace exclamar, en una de las frases más famosas de la cinta, «Antes me preguntaba si era buena la codicia, ahora es legal».
Un escenario en el que sus antiguos colegas le desprecian, en el que se han establecido relaciones casi paterno-filiales, de mentor-discípulo entre viejos y jóvenes tiburones . Y precisamente uno de estos últimos, tan ambicioso como sus mayores, pero con pseudo inquietudes ‘ecologistas’, le requiere como consejero… Casualmente es el prometido de la hija, que no quiere saber nada de él. Para recuperarla, Gekko entrará de nuevo en acción, jugando sus carta más astutas contra sus peligrosos enemigos. Entonces, la llamada Catedral financiera se colapsa y la Bolsa se hunde, arrastrando consigo a ciertas intocables personalidades y formas de vida…
Stone filma este mundo de hombres, un denominador común en casi toda su obra, con una potencia visual deudora de los ochenta, fragmentando la pantalla y las acciones, sin ametrallar nunca al espectador. Convirtiendo un universo más bien árido y casi inasequible a l@s profan@s, en material de un thriller, por su brillante puesta en escena, diálogos, retrato de los personajes y sus interrelaciones y el suspense gradual de esa inquietante partida de ajedrez entre delincuentes de guante blanco.
Sin embargo, estos valores positivos enmascaran un acercamiento objetivo y valiente a las perversiones de un estado de cosas intrínsecamente amoral, desde los puntos de vista político y económico. Además pasa de puntillas sobre las generaciones de relevo, que perpetuarán el sistema. Descafeinado y vacío el personaje que encarna como puede, Shia Labeouf. Más bien tristes y llenos de clichés los reservados a las mujeres con Susan Sarandon y, sobre todo, Carey Mulligan, muy por debajo de sus posibilidades. La función es de los mayores, género masculino, Josh Brolin, Eli Wallach y un inmenso Frank Langella, cuya frase ‘La vejez no es para cobardes’, con todo lo que implica, resume el modus vivendi de una casta privilegiada y dañina.