Archivo mensual: octubre 2010

‘Wall Street: El dinero nunca duerme’ : La codicia legal

Oliver Stone vuelve al epicentro de Wall Street, veintitrés años después, para dejar constancia del paso del tiempo en sus personajes y en el sistema económico-financiero que ellos contribuyeron a dinamitar, aunque salieran indemnes- y aún beneficiarios- de la terrible crisis que padecemos. Y lo hace desde una óptica espectacular y endogámica, eficaz y brillantemente filmada, pero nada rigurosa. En definitiva, la mirada cinematográfica de un veterano liberal estadounidense en cuyo currículum figuran títulos como ‘Nacido el 4 de Julio’, ‘Platoon’, ‘J.F.K.’o ‘Nixon’… Una visión honesta, aunque tosca en ocasiones y demasiado obvia casi siempre, en su crítica repleta de ambiguedades al establishment norteamericano.

La historia arranca con la salida de la cárcel del otrora poderoso Gordon Gekko -un, como entonces, excelente Michael Douglas- y ahora desposeído, incluso hasta de los vínculos familiares, por sus pasados errores. El mundo que conoció se ha hecho aún más salvaje en su feroz competencia por las ganancias especulativas y el poder. Lo que le hace exclamar, en una de las frases más famosas de la cinta, «Antes me preguntaba si era buena la codicia, ahora es legal».

Un escenario en el que sus antiguos colegas le desprecian, en el que se han establecido relaciones casi paterno-filiales, de mentor-discípulo entre viejos y jóvenes tiburones . Y precisamente uno de estos últimos, tan ambicioso como sus mayores, pero con pseudo inquietudes ‘ecologistas’, le requiere como consejero… Casualmente es el prometido de la hija, que no quiere saber nada de él. Para recuperarla, Gekko entrará de nuevo en acción, jugando sus carta más astutas contra sus peligrosos enemigos. Entonces, la llamada Catedral financiera se colapsa y la Bolsa se hunde, arrastrando consigo a ciertas intocables personalidades y formas de vida…

Stone filma este mundo de hombres, un denominador común en casi toda su obra, con una potencia visual deudora de los ochenta, fragmentando la pantalla y las acciones, sin ametrallar nunca al espectador. Convirtiendo un universo más bien árido y casi inasequible a l@s profan@s, en material de un thriller, por su brillante puesta en escena, diálogos, retrato de los personajes y sus interrelaciones y el suspense gradual de esa inquietante partida de ajedrez entre delincuentes de guante blanco.

Sin embargo, estos valores positivos enmascaran un acercamiento objetivo y valiente a las perversiones de un estado de cosas intrínsecamente amoral, desde los puntos de vista político y económico. Además pasa de puntillas sobre las generaciones de relevo, que perpetuarán el sistema. Descafeinado y vacío el personaje que encarna como puede, Shia Labeouf. Más bien tristes y llenos de clichés los reservados a las mujeres con Susan Sarandon y, sobre todo, Carey Mulligan, muy por debajo de sus posibilidades. La función es de los mayores, género masculino, Josh Brolin, Eli Wallach y un inmenso Frank Langella, cuya frase ‘La vejez no es para cobardes’, con todo lo que implica, resume el modus vivendi de una casta privilegiada y dañina.

Buried : Submundos

Segundo largometraje del español Rodrigo Cortés, cuya ópera prima ‘Concursante’ fue recibida con magníficas críticas, ‘Buried’ (‘ Enterrado’) es una coproducción hispano-franco-norteamericana. Su versión original es la inglesa pero, lamentablemente, sólo la proyectan doblada.

La acción transcurre en un ataúd , enterrado en algún lugar del territorio iraquí, donde insurgentes del país han encerrado a un civil, conductor de camiones, cuyo convoy fue atacado. Dicho y único personaje está interpretado con bastante solvencia por Ryan Reynolds. Únicos escenario y protagonista, pues, y tensos y claustrofóbicos noventa y cinco minutos de metraje. Todo un reto para cualquier realizador.

El brillante y transgresor talento de Cortés se pone de manifiesto al introducir en tan lóbrego habitáculo los macrocosmos, ¿o deberíamos llamarlos submundos, en este caso?, de la guerra, de la política, de estamentos y organismos y de la empresa. Junto a ellos, el agridulce microcosmos afectivo representado por una madre de errática memoria y una esposa casi siempre desconectada. Esas voces del mundo exterior llegan a través de un móvil, de número oculto, que sus captores le dejan al personaje. Su única compañía, junto a la de la luz de un mechero que al apagarse, deja la pantalla a oscuras…

Thriller tan rompedor como desasosegante, demoledor en su crítica a la guerra y sus desastres, a la impiedad de la burocracia y del poder, a la cínica crueldad de ciertos jefes, al fanatismo insensible, frente a un hombre en una desesperada lucha contra reloj para salvar su vida. Sin tregua ni respiro, con un espléndido equipo técnico en el que destacamos la fotografía de Eduard Grau y el montaje del propio director. Un hombre que ha conseguido que la sala de cine sea un enorme cajón de madera, del que sólo conseguimos escapar cuando terminan los títulos de crédito.

‘Carancho’: Retrato en negro

Resulta preocupante la tendencia de programar películas en nuestro idioma, en el único local sevillano dedicado a la versión original. Tres ahora mismo en exhibición habladas en español y una norteamericana absolutamente comercial y desprovista de interés, otra mala costumbre en estos últimos tiempos. Mientras tanto, ‘Bright star’, de Jane Campion y ‘Mi refugio’, de François Ozon, entre otros ejemplos, se proyectaron dobladas. Y siguen en lista de espera las ya estrenadas en otras capitales, ‘Submarino’, de Thomas Vinterberg, documentales varios y la transgresora ‘Elisa K’, de Jordi Cadena y Judith Colell, Premio Especial del Jurado en el reciente Festival de San Sebastián.

Y , precisamente, el director de la película que nos ocupa, el argentino Pablo Trapero, ha formado parte de ese Jurado del Certamen donostiarra. Además, tiene en su haber fílmico la multipremiada ‘Mundo grúa’. Su estilo e inquietudes no transitan por los caminos más trillados, que tientan a otros cineastas de su país.

‘Carancho’ es un buen ejemplo de lo antedicho. Coproducción entre Argentina, Chile, Corea del Sur y Francia, su historia remite a las siniestras estadísticas de los accidentes de tráfico en Argentina, que causan más de cien mil heridos y de ocho mil muertes anuales. En torno a las tragedias de víctimas y familiares, se articula una tan próspera como mafiosa industria, apoyada por las compañías de seguros. Así,se lucran con las indemnizaciones, de las que las personas afectadas reciben sólo una mínima parte.

El protagonista, un Ricardo Darín cuya excelencia interpretativa gana con los años, es el carancho al que alude el título, metafóricamente un ave carroñera, husmeando el beneficio tras el drama ajeno. O sea, un oscuro abogado que trabaja captando accidentados, para una de esas empresas antes citadas. En este caso, con la complicidad necesaria de ciertos policías y un hospital. A dicho centro sanitario llega una joven médica capaz y competente, pero extremadamente frágil y estresada, ignorante del turbio negocio que se trama a su alrededor…,de la que el protagonista se enamora y por y con la que pretende cambiar su vida. Martina Gusman la encarna con tanta sensibilidad como talento.

Trapero pone en imágenes tal densidad argumental, en clave de cine negro, con el estilo potente y afilado que le caracteriza. Lo hace fragmentando planos, comprimiendo el campo visual, hurgando en rostros , gestos y expresiones, para acentuar, aún más si cabe, la desolación de lo narrado. No maquilla, ni exalta la violencia, sino que sabe mostrarla en toda su miserable crudeza. Pero también resulta lírico y conmovedor su retrato de la relación amorosa entre dos seres tan abocados al desastre, como la sociedad enfangada en la corrupción más perversa en la que malviven.