Resulta preocupante la tendencia de programar películas en nuestro idioma, en el único local sevillano dedicado a la versión original. Tres ahora mismo en exhibición habladas en español y una norteamericana absolutamente comercial y desprovista de interés, otra mala costumbre en estos últimos tiempos. Mientras tanto, ‘Bright star’, de Jane Campion y ‘Mi refugio’, de François Ozon, entre otros ejemplos, se proyectaron dobladas. Y siguen en lista de espera las ya estrenadas en otras capitales, ‘Submarino’, de Thomas Vinterberg, documentales varios y la transgresora ‘Elisa K’, de Jordi Cadena y Judith Colell, Premio Especial del Jurado en el reciente Festival de San Sebastián.
Y , precisamente, el director de la película que nos ocupa, el argentino Pablo Trapero, ha formado parte de ese Jurado del Certamen donostiarra. Además, tiene en su haber fílmico la multipremiada ‘Mundo grúa’. Su estilo e inquietudes no transitan por los caminos más trillados, que tientan a otros cineastas de su país.
‘Carancho’ es un buen ejemplo de lo antedicho. Coproducción entre Argentina, Chile, Corea del Sur y Francia, su historia remite a las siniestras estadísticas de los accidentes de tráfico en Argentina, que causan más de cien mil heridos y de ocho mil muertes anuales. En torno a las tragedias de víctimas y familiares, se articula una tan próspera como mafiosa industria, apoyada por las compañías de seguros. Así,se lucran con las indemnizaciones, de las que las personas afectadas reciben sólo una mínima parte.
El protagonista, un Ricardo Darín cuya excelencia interpretativa gana con los años, es el carancho al que alude el título, metafóricamente un ave carroñera, husmeando el beneficio tras el drama ajeno. O sea, un oscuro abogado que trabaja captando accidentados, para una de esas empresas antes citadas. En este caso, con la complicidad necesaria de ciertos policías y un hospital. A dicho centro sanitario llega una joven médica capaz y competente, pero extremadamente frágil y estresada, ignorante del turbio negocio que se trama a su alrededor…,de la que el protagonista se enamora y por y con la que pretende cambiar su vida. Martina Gusman la encarna con tanta sensibilidad como talento.
Trapero pone en imágenes tal densidad argumental, en clave de cine negro, con el estilo potente y afilado que le caracteriza. Lo hace fragmentando planos, comprimiendo el campo visual, hurgando en rostros , gestos y expresiones, para acentuar, aún más si cabe, la desolación de lo narrado. No maquilla, ni exalta la violencia, sino que sabe mostrarla en toda su miserable crudeza. Pero también resulta lírico y conmovedor su retrato de la relación amorosa entre dos seres tan abocados al desastre, como la sociedad enfangada en la corrupción más perversa en la que malviven.