El curioso título de esta película corresponde a las siglas en inglés de NON EDUCATED DELINQUENTS (Delincuentes no educados). Coproducción entre Francia, Italia y Reino Unido, es la segunda cinta del actor -Mike Figgis, Mel Gibson, Michael Winterbotton y, desde luego, Ken Loach, le dirigieron- y realizador escocés Peter Mullan, firmante asimismo de su guión. Obtuvo el máximo reconocimiento en el pasado Festival donostiarra, la Concha de Oro.
La acción transcurre en Glasgow, en los años setenta y describe el itinerario de un chico intelectualmente dotado – con hermano delincuente juvenil y padre alcohólico y maltratador – desde la brillantez académica, hasta su integración en una pandilla de adolescentes violentos.
Es una feroz disección de un sistema educativo, marcado por una moral católica ultraconservadora, hipócrita y sádica, cuyos representantes del claustro se complacían en el castigo físico, las vejaciones y las humillaciones. Especialmente, con los más débiles. Y cuyo alumnado se regía- a la manera de lo aprendido de los presuntamente adultos tanto en el hogar, como en el colegio – por la implacable ley del más fuerte.
En tal escenario, tan bien descrito y filmado por Mullan, no cabían más alternativas que el ser víctima propiciatoria de los abusos de profesores y alumnos o aliarse con los grupos de matones callejeros. Una sociedad represora y hostil, que penalizaba el talento, la sensibilidad y la inteligencia, regida por normas severas y crueles, que asfixiaban cualquier atisbo de crítica o disidencia.
Partiendo de dolorosas experiencias autobiográficas, el director utiliza la ironía _ estupenda la banda sonora, con temas sentimentales y almibarados subrayando las escenas más duras_ y el cinismo como armas arrojadizas en su ajuste de cuentas con su pasado. No únicamente en clave personal, sino, sobre todo, social, colectiva.
Excelente retrato de personajes y ambiente, con un reparto que funciona a la perfección. Su protagonista, Conor MCarron, se llevó justamente el Premio al Mejor Actor en San Sebastián. Pero resuelve mal la conclusión del relato y pierde contundencia y garra al no afrontar hasta las últimas consecuencias la terrible dureza de lo planteado.