‘El discurso del rey’: La voz a ti debida


El británico Tom Hooper, cuyo currículum audiovisual se ha desarrollado fundamentalmente en el medio televisivo, es el firmante de esta cinta, presente en todas las quinielas como favorita para hacerse con algunas de las tan preciadas estatuillas, que la Academia de Cine norteamericana tendrá a bien entregar el próximo 27 de febrero.

Cuando un hombre tímido, tartamudo e inseguro, pero altivo, con un padre poderoso, con una infancia nada feliz, con un hermano carismático y egoísta, ocupa una posición expuesta a la consideración pública y ante tal opinión tiene que pronunciarse por medio de discursos radiados. Tal hombre, y a sugerencia de su querida esposa, para evitar la bochornosa humillación de ser objeto de burlas o lástima, recurre a un extranjero afincado en su`país, Inglaterra, tan heterodoxo como para retarle a una relación de igual a igual, a fin de devolverle la voz, junto a su maltrecha autoestima.

Dos décadas, los años veinte y treinta, fundamentales para el mundo y para ambos protagonistas. Esta es la historia real, en la doble acepción del término, del vínculo que unió a un hombre que no debió reinar y a un australiano que nunca estudió medicina, pero que, por azares de la vida, se convirtió en terapeuta del habla. O sea, a Alberto, Federico, Arturo, Jorge de Windsor, que accedió al trono como Jorge VI y a Lionel Logue, a quien el primero distinguió con un título en premio a sus servicios profesionales y a su leal amistad.

El realizador tiene una mirada sobre la historia elegante y refinada, divertida e irónica, respetuosa e irreverente, con un toque excéntrico, a la par que profundamente creíble, y provista de un encanto nada añejo, ni acartonado. Mima y respeta a sus personajes, hasta los más secundarios. No se permite la altisonancia, ni la solemnidad, pero tampoco la vulgarización. Y, pese a que le han reprochado cierta autocomplacencia, lo cierto es que no ahorra críticas, especialmente en lo que se refiere a las simpatías filonazis y a los retratos, en general, de Eduardo, el heredero que abdicó, y al de su amada Wallis Simpson, muy corrosivos.

La calidad de la producción se da por supuesta. Así en la fotografía, de Danny Cohen, el montaje de Tariq Anwar, el diseño de Eve Stewart, el guión de David Seidler y un reparto intachable en el que destacamos al favorito para llevarse el Oscar al Mejor Actor Principal, un excelente Colin Firth, y a un extraordinario Geoffrey Rush. Ambos brindan un auténtico tour de force, lleno de química y talento, encarnando a dos personalidades sólo aparentemente antagónicas. Sin olvidarnos de Helena Bonham Carter, Guy Pearce, Timothy Spall o Derek Jacobi que bordan sus respectivos e históricos personajes insuflándoles vida y verosimilitud.

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