PARA M.I.S.M. IN MEMORIAM.
Tres países, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Tres ciudades, París, Londres y San Francisco. Tres personajes, una famosa periodista televisiva, un medium que renegó de su don y un niño que perdió a su igual. Tres acontecimientos traumáticos, un maremoto, un atropello y la explosión de un vagón de metro. Tres vidas marcadas por la visión de la otra orilla, por la ausencia y por los testimonios de quienes ya no son.
Un novio tan descreído como inconstante. Una profesión que no admite deserciones. Un hermano que no se resigna a renunciar a su fuente de ingresos. Una madre al borde del abismo, pero cariñosa. Unos servicios sociales siempre al acecho. Unas precoces responsabilidades adultas. Una familia de acogida tan voluntarista como desesperada. Un rendido admirador de Charles Dickens, cuya casa visita emocionado. Un hombre a quienes les están vedados los afectos y eso que llaman vida normal. Un chico que no se resigna a su vacío y pretende lo imposible. Una mujer que no puede traicionarse a sí misma, aún a costa de perder su estatus. Tres inadaptados que, por fin, coinciden y se reconocen.
Un clásico octogenario a quien no asustan los retos. Un productor llamado Steven Spielberg. Una música del propio realizador. Una sorprendente incursión en el fantástico, presidida por la discreción. Un error de planteamiento, el de las vidas cruzadas. Un pudor frustante, que resta intensidad a lo narrado. Una cierta dispersión en el retrato de personajes y ambientes. Un protagonista, Matt Damon, cada vez actuando y seleccionando sus papeles mejor. Dos niños, George y Frankie McLaren, muy dotados para la interpretación. Una estimulante aparición sorpresa. Un episodio superior a los otros dos. Una puesta en escena elegante, sutil y poderosa, cuando debe serlo. Ciertas olvidables concesiones a clichés new ages. Un Eastwood menor. Luces y sombras, como las descritas en el relato. Una película tan valiente como imperfecta, titulada en castellano ‘Más allá de la vida’.

