Archivo diario: marzo 26, 2011

‘El mundo según Barney’: Yo, yo, yo… y l@s demás.


Imaginemos un escenario en el que una productora de televisión madura, bebedora habitual, fea según los estereotipos sexistas más convencionales, bastante entrada en carnes, provista de un ego colosal, desconsiderada hacia los sentimientos y sensibilidades ajenas, lenguaraz, déspota y aquejada de misantropía aguda, si bien que inteligente y mordaz, enamore a un hombre muy atractivo, además de rico heredero, aunque con tics de pijo malcriado, y a otro igualmente deseable, con un irresistible encanto personal, inteligente y fascinante. Ambos, mucho más jóvenes que ella, caen rendidos a sus pies desde el minuto uno. Aunque al segundo, el amor verdadero, le cueste más conquistarlo lo que aumenta su valor… Con los dos acaba fastidiando sus vínculos de la peor manera posible.

Dicha historia, tan improbable como chocante e inverosímil si estuviera protagonizada por una mujer, nos es propuesta por Richard J. Lewis en ‘El mundo según Barney’. Su personaje central es el excelente actor Paul Giamatti que añade en la película, respecto al ejemplo, en uno más sus matrimonios, a un íntimo amigo, juerguista y politoxicómano, de cuya misteriosa desaparición tiene algunas claves y a un padre alcoholizado, vicioso, borde e imprudente, políticamente más que incorrecto, su modelo de masculinidad, al que da vida un Dustin Hoffman en plena forma, responsable de los mejores gags de la función.

Lo que se propone a nuestra consideración es, según reza el título original, la versión del protagonista de su vida, cuando le acecha la insidiosa desmemoria que le sumirá en la oscuridad. Y, claro, esa versión es tramposa, egocéntrica, como no podía ser menos, y nada autocrítica, aunque no se eludan ciertas responsabilidades en las consecuencias de sus actos. El realizador da la sensación de no saber bien a qué atenerse ni en el tono narrativo, ni respecto a un personaje, que le atrae y le repele a partes iguales. Titubea entre un inicio electrizante, caústico y enormemente impío, y una nostalgia pseudo lírica en la que se intentan describir, idealizándolas, las transformaciones que provoca el sentimiento amoroso en la personalidad y forma de vida de un individuo tan conflictivo e inadaptado. Y, claro, esta dispersión le pasa factura.

Los caracteres femeninos son estereotipados y esquemáticos, pese al buen hacer de Minnie Driver y Rosamund Pike, entre la vulgaridad y el refinamiento respectivamente. El que no se les de voz propia, aún en segundo plano, es otro problema de enfoque y escritura que perjudica la complejidad y credibilidad de la historia y contribuye a empobrecerla notablemente. Pero eso sí hay un personaje vegano atractivo, civilizado y nada misógino, en las antípodas del más bien insufrible Barney, cuya inclusión no por breve resulta menos curiosa y reconfortante.