Archivo mensual: septiembre 2011

‘El árbol de la vida’: Orígenes

Cuando Terrence Malick aborda un proyecto cinematográfico lo cuida al milímetro, independientemente del resultado final, que siempre suele ser interesante, dicho sea de paso. Esto explica que haya rodado sólo ocho películas en casi cuarenta años de carrera, desde que se iniciara en el cine con la celebrada ‘Malas tierras’ en el año 1973. Entre la que nos ocupa y la anterior han transcurrido seis años. Como excepción a esta regla, sin embargo, ya está preparando la siguiente en la que cuenta con Javier Bardem.

‘El árbol de la vida’ se hizo con la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes, su guión lo firma el propio realizador y la acción tiene lugar en Texas. Cuenta con 138 minutos de metraje, un apabullante equipo técnico, del que destacamos  la fotografía de Emmanuel Lubezki, la dirección artística de David Crank, el diseño de producción de Jack Fisx y a sendos equipos de ochenta personas en los efectos visuales y treinta en los de sonido. La inspirada música es de Alexandre Desplat y en su banda sonora suenan también temas de Berlioz, Mozart y Brahms entre otros…

La historia recorre un fascinante itinerario desde un macrocosmos originario hasta un microcosmos familiar en los años cincuenta en el Medio Oeste norteamericano. Y se inicia con los recuerdos de un alto ejecutivo – al que confiere rostro y figura Sean Penn – quien, desde su despacho de una empresa multinacional donde la vista abarca un horizonte de rascacielos, como en el que está instalado, rememora su infancia junto a sus padres y sus otros dos hermanos varones. De tales semblanzas desordenadas y pertenecientes a décadas distintas, como la de la trágica muerte de uno de sus hermanos en combate, pasamos a un caleidoscopio de impactantes y bellísimas imágenes alusivas a los inicios de la vida en la tierra. Imágenes que han sido rodadas en el volcán Etna, en Sicilia, en arrecifes de coral o en la Antártida, entre otros majestuosos escenarios naturales.

Pero es precisamente esta casi media hora silenciosa y documental la que pone a prueba la paciencia de ciertos espectadores que desertan de las salas al prolongarse el experimento. Y es una pena porque se trata, no sólo de virtuosismo estético, sino de una reflexión filosófica sobre nuestros orígenes e incluso depara la sorpresa de contemplar a una especie ya extinguida y habitante pionera del llamado planeta azul.

Bajando a ras de tierra, nos encontramos con el modus vivendi de la familia mencionada dirigida con mano férrea por un padre autoritario, un Brad Pitt muy convincente,  que se piensa justo e impone su tiranía disciplinando a los niños rígida y violentamente. Estos-  excelentes los tres actores, especialmente el que interpreta al primogénito – cuentan , en compensación, con el afecto, la ternura y el amor incondicionales de su madre, una espléndida Jessica Chastain -el descubrimiento del año, vista en ‘La deuda’ y con muchos proyectos más – aún cuando apenas si es capaz de enfrentarse a su marido.

Este microcosmos familiar se integra dentro de unos hermosos paisajes ,  en el seno de una comunidad donde el cuidado de las formas contrasta con las turbulencias interiores. El realizador nos lo muestra con pocos diálogos, fundamentalmente a través de los ojos del chico mayor, un niño inteligente, sensible y observador que se rebela contra las hipocresías, miserias y crueldades adultas frente a la generosidad de otras formas de existencia.

Estamos ante un film tan lírico como crudo, tan transcendente como terrenal, tan poético como riguroso. Ante una apuesta por el perdón, por la celebración de la vida y de la naturaleza, por nuestros orígenes en el universo y en la tierra, por nuestra herencia cósmica y familiar. Por el amor en todas sus formas, por lo que nos vincula antes de lo que nos separa, contra la violencia y la muerte. Una película ambiciosa, inclasificable y singular, honda y perturbadora, que no dejará a nadie indiferente.

‘No habrá paz para los malvados’: Idus de marzo

Un responsable, también en la escritura,  Enrique Urbizu. Un realizador dotado para lo turbio. Un precedente, su ‘Caja 507’. Un pulso narrativo hecho para el thriller. Una puesta en escena potente y precisa. Una fotografía, de Unax Media, que ilumina las catacumbas. Un reparto sin fisuras. Unos secundarios sólidos y creíbles. Un José Coronado, que huele a Goya. Unos diálogos escuetos y expresivos. Unos silencios que lo dicen todo. Unos personajes mimados y convincentes. Un protagonista de excepción. Una historia intensa y bien narrada.

Un hombre de orden, de vida desordenada. Un funcionario rompiendo las reglas. Un pasado brillante. Un presente a la deriva. Una hoja de servicios impecable, manchada por la duda. Unas adicciones tan legales como destructivas. Un nombre de western, en un western urbano. Una querencia irreprimible por los espacios sórdidos. Una noche fatídica que todo lo pervierte.

Un triple asesinato en los bajos fondos. Unas víctimas nada inocentes. Un culpable, a la caza del testigo. Una doble investigación. Unas conexiones peligrosas. Unos creyentes aliados con villanos. Una jueza insobornable y firme. Un compañero leal. Diferentes estamentos oscureciendo  pistas. Una desaparición que proporciona claves. Unas bombonas conteniendo la muerte. Un héroe a su pesar. Una conclusión sólo aparentemente tranquilizadora.

Una ciudad en claroscuro. Gentes de malvivir de toda procedencia. Unas alcantarillas con luces de neón. Unas vidas al margen de horas y de normas. Tráficos letales lavados con empresas. Individuos armados fingiendo honestidad. Una ley de la jungla, que se paga muy cara. Violencia sin épica. Heridas sin cerrar. Personas que no saben que conviven con ello. Los otros , que destruyen cuanto encuentran al paso. Unos idus de marzo, con funestos presagios. Pongamos que se habla de  Madrid.

‘La cara oculta’: A través del espejo

El colombiano Andrés Baíz es el firmante de esta película- segunda de su filmografía y coproducción entre su país y España- a la que puede calificarse de thriller psicológico. Su guión lo escribe él mismo junto a Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla y narra una historia desde dos puntos de vista.

Un joven director  de orquesta español ve aceptada su solicitud para ser titular de la Filarmónica de Bogotá por lo que, en breve, debe trasladarse a vivir allí al menos durante un año. Así que convence a su chica para que lo deje todo y le acompañe en  esta aventura. Pero los devaneos de él, junto a los celos y desconfianza crecientes de ella, dan al traste con la felicidad inicial  de la que disfrutaban. Una ruptura unilateral y una desaparición, investigada por la policía, arroja sospechas y una nueva relación desvelará secretos inquietantes que tienen lugar en la mansión del protagonista.

La cinta descrita por su realizador como «de lenguaje muy clásico e intimista», se nutre de los tópicos de un género en el que nada ni nadie es lo que parece. Tiene un guión poco verosímil, una primera parte más bien mediocre y unos diálogos y situaciones escasamente convincentes. El reparto, por otra parte, no contribuye a enmendar tales carencias sino que, por el contrario, las resalta. Así Quim Gutiérrez, en su peor registro, resulta rígido, forzado y esquemático. Tampoco la colombiana Martina García aporta nada a su endeble personaje y de l@s secundari@s , mejor ni hablar…

Sólo Clara Lago brilla con luz propia transmitiendo intensidad, dramatismo e incluso humor a la historia. Sobre todo en la segunda parte, mejor resuelta que la primera. Su mirada, sus gestos, su desesperación, sus lágrimas, su ambivalencia, son lo único destacable de una película fallida.

‘La piel que habito’: ¿Quo vadis, Pedro?

Tras el varapalo  recibido por ‘Los abrazos rotos’, al menos entre la crítica patria, Pedro Almódovar ha tratado de sacarse la espina con un proyecto que tenía en mente desde hacía tiempo, basado en el libro del prestigioso autor francés de novela negra, Thierry Jonquet, ‘Tarántula’.

No es fácil resumir un argumento complejo y complicado en unas pocas líneas, pero ahí va. El protagonista es  un cirujano plástico, encarnado por Antonio Banderas, obsesionado por encontrar un injerto de epidermis a raíz de haber sido incapaz de salvarle la vida a su mujer, carbonizada en un accidente de tráfico. Y que, a tal fin, se recluye en su finca toledana -abandonando a su adinerada clientela- para experimentar con materia prima de procedencia animal utilizando cobayas y medios tan ilegales como perversos.

A todo ello, se suma la trágica pérdida de su única hija -traumatizada y disminuida mental y emocionalmente- tras sufrir un intento de agresión sexual. El resultado es un hombre enloquecido, sediento de venganza y sin nada que perder que llegará hasta el final sin importarle medios ni consecuencias. Contando con la lealtad de una mujer, interpretada por Marisa Paredes, algo más que una sirvienta y ama de llaves, llena de secretos, y con un prisionero al que le irá cambiando algo más que la piel.

Esta densidad argumental la ha plasmado, por así decirlo, en una amalgama de géneros tales como el drama, expresionismo, negro, el terror -con raíces del gallio italiano, cuyos máximos exponentes siguen siendo Mario Bava y Dario Argento- o la ciencia ficción.

Cada uno de ellos, abordados en solitario, presenta no pocas dificultades. Pero, como en este caso, más que juntos y en armonía, revueltos constituyen una mezcla tan explosiva como indigesta. Además el humor profundo que puede coexistir con las desgracias está ausente -salvo el involuntario, que provoca carcajadas disonantes…-, la ironía -hay quien se la ve… debe ser muy soterrada- y sobre todo la austeridad, la contención y el pulso firme.

Estamos ante un realizador que se cree capaz de hacerlo todo y de hacerlo todo bien. Ante un hombre de cine que da un salto en el vacío con la certeza de renovar y trascender estilos, desde una óptica tan contemporánea como clásica. Y que, desde la opinión de quien esto firma, naufraga estrepitosamente en el intento. Sus pretensiones son tan enormes como llamativa la pobreza de los resultados. Y hasta qué punto…

La puesta en escena, lejos de la madurez estilística de la que es capaz, resulta chocante. Alterna una factura de una tosquedad sorprendente -¡con José Luis Alcaine en la fotografía!- con ocasionales exhibiciones de su poderío visual. En uno u otro caso, ambos extremos nada ayudan a la lógica interna o armazón del relato. Por el contrario, la entorpecen y dificultan.

El guión, no debería empecinarse en escribirlo, y el ritmo oscilan a base de golpes de efecto sin solución de continuidad. Incluso la partitura del gran Alberto Iglesias, obsesiva y ampulosa, subraya el vacío espectacular del conjunto.

En cuanto al reparto, Banderas, a quien el manchego ha dirigido en otras ocasiones como nadie lo ha hecho, está marcado por una presunta intensidad contenida tan rígida y trasnochada, tan encorsetada y estática, que falsea radicalmente su particular doctor Frankenstein y sus dramáticas circunstancias. Marisa Paredes peca de enfática. Hay un secundario, a quien ni nombraremos, pues su aparición es simplemente caricaturesca. José Luis Gómez y Eduard Fernández apenas si se dejan ver. La función es de l@s jóvenes Jan Cornet, Blanca Suárez y, sobre todo, Elena Anaya. Ella sí sabe transmitir vida y verdad, tragedia y lirismo a su atormentado personaje.

Esta piel fílmica que rubrica Almodóvar está muy lejos de la transgénesis codiciada por su héroe. Por el contrario, está habitada por tantos retales y costurones como las bandas elásticas que aprisionan y oprimen la anatomía de su protagonista femenina.

‘Súper 8’: Cuando Abrams encontró a Spielberg

Chico desolado por la prematura pérdida de su madre. Un fatídico accidente laboral, que hubiera debido tener otro destinatario. Honrado policía en amargo duelo, y en desencuentro con su hijo. Hombre conflictivo ahogando su culpa en alcohol, en un hogar infeliz. Niños con inquietudes cinéfilas rodando en super 8 una película de zombies, para negar a la muerte.  Jovencita bella y triste, que se revela como actriz. Rodaje accidentado. Cámara que graba algo imprevisto y enigmático.

Explosiones. Incendios. Extrañas desapariciones. Cubos con vida propia. Ejército desplegado. Ser acosado e incomprendido, que se vuelve peligroso. Hombres de orden con opiniones encontradas. Refugio subterráneo. Microcosmos que resuelve el misterio. Dos seres muy distintos que se comunican conjurando el miedo. La vuelta al hogar, con un regalo muy preciado.

Estos son algunos de los retazos argumentales presentes en ‘Super 8’, dirigida por J.J. Abrams, cuyos créditos en cine- ‘Misión imposible III’ , ‘Star Trek XI’ – no son ni de lejos tan interesantes como sus creaciones televisivas, ‘Fringe’, ‘Felicity’, ‘Alias’ o la celebérrima ‘Perdidos’. Está producida por Steven Spielberg y, desde la opinión discordante, pero matizada, de quien esto firma con el mayoritario beneplácito de la crítica, esta es claramente una cinta con la impronta de éste último. Al realizador y  a sus presuntamente marcadas señas de identidad apenas si se le vislumbra y, si se deja ver, no siempre es para bien.

A saber, algunas cosas estimables de este film fallido, aunque no desprovisto de encanto. Como la recreación del clima de la década de los ochenta en una pequeña comunidad norteamericana, con algunas referencias irónicas a la guerra fría y al enemigo ruso. La conmoción de un microcosmos aparentemente apacible, si bien no exento de turbulencias, al verse alterado por la irrupción del macrocosmos de alta seguridad con toda su parafernalia agresivo-defensiva. En el caso de su famoso precedente spielbergiano, era el estamento médico el que cumplía esa función. Aquí, el militar. La fotografía, excelente, con tonalidades tan dramáticas como líricas, de Larry Frong. Los actores, el reparto…  Elle Fanning, a la cabeza.  El amor y homenaje al cine. El territorio de la infancia.

Pero… se pierde en los excesos efectistas de un guión en busca del sobresalto espectacular, a gran escala, a expensas del ritmo y la lógica interna del relato. La ausencia de personajes femeninos de interés es llamativa, con la excepción de Fanning. Ya sabemos de la predilección de Spielberg por los protagonistas infantiles varones, pero es que aquí ni siquiera aparecen mujeres adultas, más allá de los recuerdos del chico.

La referencia al productor no es banal, pues la sumisión al modelo fílmico y narrativo de éste, aún con acentos más adultos – niños y no-humanos se han hecho mayores y algo más siniestros…- planea como un lastre sobre esta casi secuela que pudo haber sido más crítica, creativa y valiente.