El colombiano Andrés Baíz es el firmante de esta película- segunda de su filmografía y coproducción entre su país y España- a la que puede calificarse de thriller psicológico. Su guión lo escribe él mismo junto a Hatem Khraiche Ruiz-Zorrilla y narra una historia desde dos puntos de vista.
Un joven director de orquesta español ve aceptada su solicitud para ser titular de la Filarmónica de Bogotá por lo que, en breve, debe trasladarse a vivir allí al menos durante un año. Así que convence a su chica para que lo deje todo y le acompañe en esta aventura. Pero los devaneos de él, junto a los celos y desconfianza crecientes de ella, dan al traste con la felicidad inicial de la que disfrutaban. Una ruptura unilateral y una desaparición, investigada por la policía, arroja sospechas y una nueva relación desvelará secretos inquietantes que tienen lugar en la mansión del protagonista.
La cinta descrita por su realizador como «de lenguaje muy clásico e intimista», se nutre de los tópicos de un género en el que nada ni nadie es lo que parece. Tiene un guión poco verosímil, una primera parte más bien mediocre y unos diálogos y situaciones escasamente convincentes. El reparto, por otra parte, no contribuye a enmendar tales carencias sino que, por el contrario, las resalta. Así Quim Gutiérrez, en su peor registro, resulta rígido, forzado y esquemático. Tampoco la colombiana Martina García aporta nada a su endeble personaje y de l@s secundari@s , mejor ni hablar…
Sólo Clara Lago brilla con luz propia transmitiendo intensidad, dramatismo e incluso humor a la historia. Sobre todo en la segunda parte, mejor resuelta que la primera. Su mirada, sus gestos, su desesperación, sus lágrimas, su ambivalencia, son lo único destacable de una película fallida.