Cuando Terrence Malick aborda un proyecto cinematográfico lo cuida al milímetro, independientemente del resultado final, que siempre suele ser interesante, dicho sea de paso. Esto explica que haya rodado sólo ocho películas en casi cuarenta años de carrera, desde que se iniciara en el cine con la celebrada ‘Malas tierras’ en el año 1973. Entre la que nos ocupa y la anterior han transcurrido seis años. Como excepción a esta regla, sin embargo, ya está preparando la siguiente en la que cuenta con Javier Bardem.
‘El árbol de la vida’ se hizo con la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes, su guión lo firma el propio realizador y la acción tiene lugar en Texas. Cuenta con 138 minutos de metraje, un apabullante equipo técnico, del que destacamos la fotografía de Emmanuel Lubezki, la dirección artística de David Crank, el diseño de producción de Jack Fisx y a sendos equipos de ochenta personas en los efectos visuales y treinta en los de sonido. La inspirada música es de Alexandre Desplat y en su banda sonora suenan también temas de Berlioz, Mozart y Brahms entre otros…
La historia recorre un fascinante itinerario desde un macrocosmos originario hasta un microcosmos familiar en los años cincuenta en el Medio Oeste norteamericano. Y se inicia con los recuerdos de un alto ejecutivo – al que confiere rostro y figura Sean Penn – quien, desde su despacho de una empresa multinacional donde la vista abarca un horizonte de rascacielos, como en el que está instalado, rememora su infancia junto a sus padres y sus otros dos hermanos varones. De tales semblanzas desordenadas y pertenecientes a décadas distintas, como la de la trágica muerte de uno de sus hermanos en combate, pasamos a un caleidoscopio de impactantes y bellísimas imágenes alusivas a los inicios de la vida en la tierra. Imágenes que han sido rodadas en el volcán Etna, en Sicilia, en arrecifes de coral o en la Antártida, entre otros majestuosos escenarios naturales.
Pero es precisamente esta casi media hora silenciosa y documental la que pone a prueba la paciencia de ciertos espectadores que desertan de las salas al prolongarse el experimento. Y es una pena porque se trata, no sólo de virtuosismo estético, sino de una reflexión filosófica sobre nuestros orígenes e incluso depara la sorpresa de contemplar a una especie ya extinguida y habitante pionera del llamado planeta azul.
Bajando a ras de tierra, nos encontramos con el modus vivendi de la familia mencionada dirigida con mano férrea por un padre autoritario, un Brad Pitt muy convincente, que se piensa justo e impone su tiranía disciplinando a los niños rígida y violentamente. Estos- excelentes los tres actores, especialmente el que interpreta al primogénito – cuentan , en compensación, con el afecto, la ternura y el amor incondicionales de su madre, una espléndida Jessica Chastain -el descubrimiento del año, vista en ‘La deuda’ y con muchos proyectos más – aún cuando apenas si es capaz de enfrentarse a su marido.
Este microcosmos familiar se integra dentro de unos hermosos paisajes , en el seno de una comunidad donde el cuidado de las formas contrasta con las turbulencias interiores. El realizador nos lo muestra con pocos diálogos, fundamentalmente a través de los ojos del chico mayor, un niño inteligente, sensible y observador que se rebela contra las hipocresías, miserias y crueldades adultas frente a la generosidad de otras formas de existencia.
Estamos ante un film tan lírico como crudo, tan transcendente como terrenal, tan poético como riguroso. Ante una apuesta por el perdón, por la celebración de la vida y de la naturaleza, por nuestros orígenes en el universo y en la tierra, por nuestra herencia cósmica y familiar. Por el amor en todas sus formas, por lo que nos vincula antes de lo que nos separa, contra la violencia y la muerte. Una película ambiciosa, inclasificable y singular, honda y perturbadora, que no dejará a nadie indiferente.
