Archivo diario: marzo 18, 2012

‘Luces rojas’: Pirotecnias…

El nuevo estreno de Rodrigo Cortés, tras sus notables y galardonadas, ‘Concursante’‘Buried’(‘Enterrado’), generaba grandes expectativas al tratarse de un thriller psicológico, con tintes paranormales. Al contrario que los anteriores este es  un film de gran presupuesto, con un espectacular equipo técnico y artístico, con más de sesenta actores, cuatro mil extras y unos protagonistas tan lujosos como Robert De Niro, Sigourney Weaver, Cillian Murphy, Toby Jones o Joely Richardson. Coproducción entre nuestro país y Estados Unidos, tiene un metraje de 119 minutos.

La historia se centra en dos investigadores de fraudes metapsíquicos, que ponen en evidencia y registran a lo largo de la geografía norteamericana – en domicilios particulares o espacios públicos o privados donde han sido requeridos – las patrañas con las que videntes sin escrúpulos se aprovechan de personas crédulas y vulnerables. Son una doctora y su joven ayudante, Weaver y Murphy, algo sobreactuados. Pero la reaparición de un célebre psíquico les desafía, poniendo en peligro sus vidas y sus propias certidumbres racionales.

El realizador, que sabe manejar la cámara y dotar del clima adecuado a los relatos que filma, se pierde aquí, lamentablemente, en pirotecnias visuales y juegos espectaculares vacuos y efectistas que dañan irremediablemente sus propuesta. El guión, que firma el propio Cortés, es confuso y sometido a la dictadura del estamento fílmico más comercial. De los tics de ciertos productos del género, tan convencionales como pretenciosos. Porque, para colmo de males, la cinta está recorrida por una presunción seudocientífica y una jerga intelectualoide tan banales como crípticas, tan supuestamente críticas como engañosas.

En sus dos primeras cintas, con pocos  medios y presupuesto, fue capaz de contar historias densas, tremendamente caústicas y corrosivas, que  transcendían la anécdota para implicar en su denuncia a las instancias superiores, que detentaban los poderes fácticos. Pero aquí ocurre a la inversa. Los árboles no le dejan, ni nos dejan, ver el bosque. Y se pierde en un batiburrillo acientífico, ampuloso y vacuo, que confunde la intensidad con el fogonazo, la densidad con la verborrea, la acción con la incontinencia de planos innecesarios en un montaje que se quiere trepidante y resulta de una obviedad lastimosa.

Y las actuaciones se resienten y pierden matices alcanzando de lleno a un Robert De Niro en su peor registro, cuyas apariciones presuntamente poderosas rozan lo grotesco. Confiemos que tras este apagón creativo con las luces rojas de las superproducciones al uso, el talento de Rodrigo Cortés vuelva a mostrarse en una pantalla con todo su brillo y calidad.