Con el título de esta entrada, quien esto firma ha descrito ya la sensación que le produjo esta película. Habitada por realidades paralelas, cine negro, cine fantástico, ciencia ficción, enigmáticas pianistas, científicos de diverso calado, minas de uranio abandonadas, física cuántica, espías y multiversos entre un largo y, a menudo, embarullado e indigesto etcétera.
Y miren que el comienzo resulta sugerente y crea enormes expectativas: un científico que ha escrito un libro que, de bizarro, parece una fantasía, pero que él reclama como autobiográfico, defiende su verdad en un programa de televisión cuyos presentador y público se burlan de sus teorías obligándole a abandonar el plató. Corre el año de gracia de 1974 y la imagen aparece en color y en pequeño formato.
A partir de ahí, ocupa toda la pantalla y el color desaparece absorbido por un imponente y majestuosto, tan imponente y majestuoso como los paisajes de los Alpes Suizos que retrata, blanco y negro, que seguirá todo el metraje.
A partir de ahí, retrocedemos doce años, a 1962, cuando tuvieron lugar los hechos descritos en el libro. El protagonista es invitado a un Congreso de expertos muy cualificados en Física donde el anfitrión, un muy cualificado y prestigioso iraní, promete una teoría innovadora sobre la mecánica cuántica.
El joven, invitado a su vez por el director de su tesis y muy reacio a tales ideas, espera con entusiasmo tal ponencia que comparte plenamente. Pero el iraní no se presenta y, aunque tiene el apoyo de otro profesor, el personaje se prenda de una enigmática mujer que parece conocer su vida, su pasado y algo, no tanto como ella cree…, de su futuro.
A partir de ahí, las incidencias más sorprendentes de los bucles espacio-temporales, de los portales abiertos al pasado y al futuro, de los diferentes finales y los diferentes destinos que tienen las personas en los universos paralelos o en un presente en el que se introducen cambios.
A partir de ahí, todo está permitido, todas las explicaciones y teorías son posibles mientras la trama se revuelve sobre sí misma y se oscurece cada vez más. Mientras los secundarios, hombres de abrigo y sombrero, son irreconocibles. Mientras ese amour fou de un soso protagonista no puede funcionar con la nula química que tiene con una desvaída partenaire. A partir de ahí…
Coproducción entre Alemania, Austria y Suiza, de 118 minutos de metraje. Escrita, junto a Roderick Warich, y dirigida por el director de fotografía, editor de cine, guionista y realizador Timm Kröger, cosecha del 85, del que es su tercera película.
Portentosa la fotografía de Roland Stuprich y eficaz, pero algo atronadora, la banda sonora de Diego Ramos Rodríguez. Del reparto coral, resaltar que son apenas figuras en un paisaje y a merced de asombrosos acontecimientos.
Pues ya lo saben. Se deja ver bien, por momentos es hipnótica, pero sus carencias y excesos son llamativos. Así que la pelota está en sus tejados.