La gran sala del Cervantes, llena a reventar, estalló en aplausos esta noche cuando aparecieron los créditos finales de esta película. No era para menos… Todos las aclamaciones le son debidas a este thriller y drama policíaco, que funciona con la precisión de un mecanismo de relojería, sin desdeñar la intensidad emocional.
El 8 de diciembre del 2018 arranca la historia cuando París arde en cólera, con tumultuosas y multitudinarias manifestaciones convocadas por los llamados chalecos amarillos, en defensa de lo público.
A una de ellas se suma un grupo familiar de provincias, que nunca han sido activistas, pero que se han movilizado en favor de sus derechos fundamentales tan amenazados y conculcados en sus precarias condiciones de vida.
Y miren por donde cuando el hijo menor y un amigo pensaban reunirse con los demás, de quienes se habían despistado, cinco policías de paisanos armados les interceptan y dos de ellos incrustan al primero una bala en el cerebro y luego, cuando ya está tendido en el suelo, otro le patea.
Comienza entonces una investigación de la Unidad de Asuntos Internos, de la que una mujer es responsable, aunque tenga a otras dos como jefas. Ella, una magnífica Léa Drucker, inicia una búsqueda exhaustiva para aclarar los hechos y hacer justicia, más aún cuando se entera de que la víctima – 20 años, 60 días en el hospital, con un traumatismo craneal gravísimo, que le ha dejado secuelas incapacitantes de por vida – es oriunda de su pueblo natal y que su madre ha trabajado para la suya.
Una investigación sólida y rigurosa la de ella y su equipo, que no da puntada sin hilo. Que pide documentos, partes de lesiones, que recorre todos los trámites burocráticos ad hoc, que llama, que solicita, que visiona cámaras, que se entrevista con la familia e incluso con el amigo que ha sido detenido quienes le corroboran la gratuidad y desproporcionalidad de la terrible agresión que pudo cobrarse una vida.
También interroga a los sospechosos, que niegan los hechos, excepto cuando les enseña un video, que consigue de una forma poco ortodoxa que no se revelará aquí, en el que les muestra perpetrando el matonismo policial. Y entonces les detiene.
Todo ello ante la hostilidad de sus compañer@s, de sus superiores, de su ex e incluso de la madre de la víctima, que desconfía que se le pueda hacer justicia. Mostrando al tiempo su lado más personal rescatando a un pequeño y precioso gato blanco, al que llama Yogur, atrapado en su aparcamiento y adoptándole y como madre de un chico al que le avergüenza que sus progenitores sean policías y miente sobre sus profesiones.
Revelando su integridad y compromiso con la justicia, hasta el límite de sus fuerzas, a toda costa y pagando un precio muy alto, porque todo un sistema apoya y alienta la impunidad del matonismo y la brutalidad policiales.
¡¡¡Y cómo lo filma, y cómo lo cuenta, y cómo lo retrata el guionista y cineasta franco-alemán Dominik Moll, cosecha del 62, con todo su talento, su solvencia, su solidez, su rigurosidad, su fuerza, su ética, sus principios, su compromiso con lo narrado, basado en una historia real, y su ritmo!!!
Producción francesa, fechada en el año en curso, de 115 minutos de tenso e intenso metraje. Muy bien fotografiada por Patrick Ghiringhelli y con una excelente banda sonora de Olivier Marguerit. Ya hemos destacado, entre un reparto en estado de gracia que sería muy largo enumerar, a su protagonista, qué hermoso personaje el suyo, Léa Drucker.
Hagan justicia y NO SE LA PIERDAN.