La palabra de las víctimas de abuso, de las que se atreven a denunciar, no es fácilmente respaldada en sede judicial. La palabra de estas víctimas en sede judicial es bastante cuestionada por ser un horrendo delito sin testigos, a cuyos verdugos deben enfrentarse.
La palabra de las víctimas de abuso siendo menores, más aún que si son mujeres, necesita ser probada en las instituciones, que deberían protegerles,… porque a menudo se las tilda de «fantasías o cosas de niñ@s», cuando no directamente de mentiras, porque las de los adultos, mayoritariamente masculinos, gozan de más credibilidad.
Este notable debut cinematográfico, escrito y dirigido por un hombre y una mujer – o lo que es lo mismo, por Arnaud Dufeys y Charlotte Devillers, guionistas y cineastas belgas – ganó el Premio a la Mejor Ópera Prima en Berlín, con todo merecimiento.
Y lo ganó porque incide con austeridad en la puesta en escena y un rigor casi documental, al tiempo que transmite la angustia insoportable y el dolor indecible de una madre, de su hija adolescente y de su hijo de diez años, que deben enfrentarse de nuevo a las preguntas de una jueza de familia, pese a que ya haya una investigación penal en curso.
Pródiga en primeros planos, que reflejan la intensa ansiedad de los tres, arranca con la progenitora corriendo ansiosa, debiendo tirar literalmente de su hijo, hacia el despacho de la magistrada en el que están el padre y abusador del niño, al tiempo que un tirano con su hija, al que le habían prometido que no verían…, las abogadas de las partes y el representante legal de los menores.
Su Señoría, que es retratada con objetividad, procede a los interrogatorios y, puesto que la chica y el chico ya han sido escuchados anteriormente les hace salir a una sala de espera anexa para oir los testimonios de las profesionales, del ex marido y padre y de la madre.
Es entonces cuando se revela, sin ningún tipo de subrayado, el cinismo del culpable – «yo no soy un monstruo, sólo pretendo proteger a mis hijos» – que acusa a su ex mujer de dejarlos solos, de manipularles contra él, de impedir que los vea e incluso de desantenderlos por estar enferma…
Todo ello ante el sufrimiento y la impotencia contenida de la protagonista quien, en su turno de palabra, narra todo su proceso conyugal y maternal. De su soledad, de su aislamiento con dos niños, del cambio en las calificaciones de su hija, excelente estudiante, y de la encofresis, o incontinencia fecal, sobrevenida a su hijo de 10 años, sin amistades y sin contactos por esta circunstancia, ante las agresiones paternas.
Las miradas de la directora y del director muestran el daño sin filtros de una mujer, y a través de ella el de sus hija e hijo, que es capaz de expresarse con total sinceridad, de desgarrar y hacer sentir su desolación y su desengaño, ante las reiteradas comparecencias de ella y sus hija e hijo – «nadie nos cree» dice el pequeño a la jueza – que deben manifestarse una y otra vez, sin contradicciones e incoherencias, sobre el esposo y padre.
Por no hablar del representante legal de los niños que, pese a haberles escuchado reiteradamente, pretende una reconciliación con la figura paterna, por llamarle de alguna manera. Y… no se harán spoilers ni sobre las declaraciones de las abogadas, ni sobre la conclusión.
Producción belga, fechada en el año en curso, de 78 minutos de desasosegante y absorbente metraje. Su excelente fotografía se debe a Pépin Struye y su inquietante banda sonora, que subraya la tensión de lo contado, a Lolita Del Pino. Destacar, entre un impecable reparto, a una estremecedora Myriem Akeddiou.
Una película valiente, imprescindible, dolorosa y necesaria, que nadie debería perderse y que, por cierto y pese a formar parte de la Sección Oficial, se ha visto relegada a dos proyecciones que no son las destinadas a las personas acreditadas y abonadas, como hubiese sido de recibo.
VÉANLA.