El realizador francés Benoit Jacquot, de cuyo extenso curriculum como cineasta, detrás y delante de las cámaras, y guionista apenas si nos han llegado algunas muestras, estrena ahora en nuestra ciudad la película, fechada en 2009, ‘Villa Amalia’, basada en la novela homónima de Pascal Quignard.
La historia sigue a una concertista de piano y compositora, encarnada por, como no cabía esperar otra cosa, de forma excelente por la gran Isabelle Huppert, que afronta a la vez, de manera radical y desconcertante en principio, su futuro y su pasado en la misma noche en la que descubre una infidelidad de su pareja y se reencuentra con un amigo de la infancia.
A partir de estos hechos, toma la drástica decisión de abandonarlo todo, casa, compañero, profesión, ciudad, compromisos, forma de vida… y poner rumbo a lo desconocido en un viaje, cuyo destino desconoce, y al que se enfrenta tan ligera de equipaje como abierta a cualquier posibilidad que el azar o la casualidad quieran depararle, salvo la vuelta a sus circunstancias anteriores. Para ello cuenta con la complicidad del amigo antes citado y con el respaldo económico que le proporciona la venta de todo su patrimonio. Pero eso no la conduce a una existencia de ocio y lujo refinado, sino a la austeridad, soledad y depuración de sus necesidades más extrema.
Jacquot aborda el retrato de este singular e inclasificable personaje femenino sin concesiones a la lógica convencional. De manera abrupta y compulsiva en principio, y más serena y esclarecedora luego, haciéndose eco de los vaivenes emotivos y sensoriales de la protagonista. De sus peripecias, de su andadura física y moral, de los paisajes, bellísimos, pero escarpados y duros, que recorre incansable y tercamente y de los pocos seres humanos con los que se relaciona y encuentra, y de los que aprende y se reconoce. El director la revela, en sus luces y sombras, siguiéndola a través de tan complejo y tortuoso e itinerario hasta encontrar su sitio, su lugar en el sol, en ‘Villa Amalia’.
CARMEN JIMÉNEZ