El actor francés ; Guillaume Canet ; -‘Juntos nada más’, ‘El infierno’, ‘La fidelidad’, ‘Vidocq’…- escribe y realiza este su último largo, fechado en 2010, que ha batido récords de taquilla en su país, ‘Pequeñas mentiras sin importancia’, versión castellana del título original ‘Les petits mouchoirs'</strong>. El intérprete obtuvo un César, equivalente al Oscar, en 2007 por su trabajo como director en ´No se lo digas a nadie’.
La reunión de amig@s ya es un género por derecho propio en el cine, como lo es el de los reencuentros familiares. Y naturalmente, las vacaciones son la excusa perfecta. Navidades y Acción de Gracias para los consanguíneos y el verano para las amistades. En el caso que nos ocupa, el grupo de treintañeros y cuarentones, que suele pasar juntos parte de su asueto estival, no interrumpe tal costumbre pese al gravísimo accidente de tráfico sufrido por uno de ellos. No sin cierta mala conciencia deciden que, puesto que está en la UCI y tiene las visitas muy limitadas, lo mejor es seguir adelante con sus planes. Pero nada saldrá según lo previsto y los conflictos soterrados estallarán, otro clásico en este tipo de cintas.
A pesar de un arranque prometedor, tan brillante como descriptivo, del carácter del personaje del amigo ausente, que culmina con la impactante secuencia del choque, Canet prefiere, no obstante, demorar el ritmo del filme hasta llegar a los ciento cincuenta y cuatro minutos de metraje. Un alargamiento innecesario a tenor de lo que se nos cuenta y cómo se hace. La convivencia de unas personas de caracteres diversos unidas entre sí por lazos amistosos, fraternales, cómplices, conyugales, amorosos entre ellas y con sus hijos e hijas, hubiera dado para mucho más si el realizador no hubiera eludido el fondo de las cuestiones en beneficio de banalidades disfrazadas de trascendencia.
Plagada de tiempos muertos rellenados por una banda sonora resultona, de gestos, de insinuaciones, de conflictos, de los que algunos no están ni tan siquiera enunciados, pretende ser el retrato de una generación y apenas si alcanza a la crónica de un verano de gente burguesa guapa, insatisfecha y confundida emocionalmente que se miente a sí misma y a l@s demás por preservar su estatus quo grupal. El final se quiere catártico y es autocomplaciente y tramposo, buscando la empatía y la vena sensible del espectador.
Algunas cosas buenas, que las tiene, y residen sobre todo en el reparto que funciona muy bien. Destacamos a Marion Cotillard que sabe transmitir los vaivenes de su Maríe con intensa naturalidad. Al gran François Cluzet, con el protagonista- ésta es una cinta coral- más rígido y antipático y a Benoît Magimel, que dota al suyo de la mayor credibilidad. Los personajes femeninos, más consecuentes y maduros, en su mayoría, que sus homónimos masculinos. Algunas escenas, algunos silencios, algunas miradas, algunos diálogos, algunas situaciones… Nada de ello la redime, sin embargo, de la profunda impostura de su propuesta y tratamiento.