‘A Roma con amor’: Cosa facciamo allora, Woody?

Woody Allen no ha sido nunca, justo es decirlo, profeta en su tierra. Ni siquiera entre los críticos más heterodoxos ha calado su particular disección de una alta burguesía ilustrada y sofisticada, con sede en Manhattan, con sus neuras y miserias. Ni sus dramas existenciales con ecos de Bergman. Ni sus divertimentos, fantasías o recreaciones, en clave intensamente personal, de épocas históricas.

Así que, nuestro director – y no sólo por motivos estrictamente artísticos… – volvió la vista a Europa. El Viejo Continente, al contrario que su país, saludaba su talento, comprendía su humor, empatizaba con sus dramas y le sentía más próximo que a muchos de sus colegas. Su periplo inglés se saldó con la divertida burbuja de ‘Scoop’ y con la espléndida ‘Match Point’, junto a la irregular ‘Cassadra´s dream’ y la fallida ‘Encontrarás al hombre de tus sueños’ . Entre Barcelona y Oviedo, filmó la olvidable ‘Vicky Cristina Barcelona’. En una Ciudad Luz nostálgica y decadente, la sobrevalorada ‘Midnight in Paris’. Ahora le toca a Italia con esta que nos ocupa.

En esta comedia coral, romanos y estadounidenses mezclan sus avatares vitales y generacionales para tomarle el pulso más tópico a una ciudad tan retratada y filmada, como secreta. Así, un arquitecto rico y famoso revisita  al joven idealista que fue y a su romance casi adúltero con una sugerente aspirante a actriz. Un joven matrimonio provinciano, que vive inesperadas aventuras por separado. Una pareja y sus respectivos padres. Un tenor inesperado, en circunstancias peculiares. Un director de ópera extravagante e incomprendido. Un nativo de clase media, que se convierte en el hombre más famoso y perseguido…

Pero este paisanaje tan bizarro sólo logra extraer el peor registro del estadounidense quien de nuevo aparece como actor, cosa que no hacía desde la ya citada ‘Scoop’ en 2006. Y a fe que se le ve cansado, física y artísticamente. Porque reservarse el papel de padre de una jovencísima Alison Pill es ya un notable error de casting. Pero es que ni siquiera brilla con su ingenio dialéctico, más que en contadas ocasiones. Sus proverbiales ironía y causticidad se revelan en sus horas más bajas.

Y sí, por el contrario, se potencian defectos como su muy acusada misoginia que se trasviste aquí de un burdo machismo. Esa visión tan aviesa del personaje de Ellen Page, por parte del que interpreta Alec Baldwin… Esa prostituta tan previsible como pseudo felliniana a la que da vida Penélope Cruz. Esa óptica del joven inocente e indefenso ante el perverso erotismo femenino y su correlato, tan asimétrico,  cuando lo vive una mujer ante un Casanova trasnochado. Ese patético episodio de Roberto Benigni. Esa consuegra caricaturesca. Ni siquiera le saca partido a las reuniones y convivencias forzadas entre familiares políticos tan radicalmente distintos.

Apenas si nos arranca una sonrisa, salvo por las ácidas contraréplicas de la gran Judy Davis. El otoño romano del señor Allen muestra lamentablemente su rostro más penoso.

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