Matteo Garrone, el realizador romano que impactara con su film ‘Gomorra’ en el 2008, consiguiendo el Premio a la Mejor Dirección del Cine Europeo con este potente título, ha conseguido, cuatro años después el Gran Premio del Jurado en Cannes con esta ‘Reality’, a concurso en la Sección Oficial.
Un pescador napolitano vive con su numerosa parentela en una casa comunitaria, en lo que en su día fué una mansión, en estado ruinoso. Felizmente casado y con tres hijos, intenta, junto a su mujer, ganarse la vida como puede, incluyendo trapicheos variados. Pero un día es incitado a presentarse al casting de Gran Hermano, pasando las dos primeras fases. A partir de ahí, su mente y su existencia darán un paranoico y obsesivo vuelco a la inútil espera de ser seleccionado para el programa.
El realizador contempla a su protagonista y a sus circunstancias a la vez mordaz y compasivamente, aunque el exceso grandguiñolesco le pueda al retratar a personajes y ambientes. Arranca bien, con vitalidad y energía, en la escena de las bodas donde el héroe local, un ex concursante del reality, es la estrella de la función y nos va mostrando el contexto en el que se desenvuelven los protagonistas. Es una película coral, de patio de vecinos, trasladado no sólo a la casa, sino a la calle y a cualquier ambiente. Tiene el tono desaforado de una comedia de situación en la que se nos muestra una suerte de parque temático de la horterada.
Y tales excesos le pasan factura porque no mide los tiempos, ni el ritmo. Su crítica, que se pretende corrosiva, se quema en el propio pintoresquismo. Sus caracteres y situaciones, estupendo su reparto, rozan la caricatura. Se extiende, se dispersa, los árboles no le dejan ver el bosque, el guión se le va de las manos. De puro hiperealismo, despierta la incredulidad. Tiene, no obstante, momentos y situaciones que dejan entrever la película que hubiera podido ser con contención, humor negro y una visión mucho más ácida sobre ese exagerado microcosmos.