Enfrentarse a una película tan extraña, radical, sugerente, fascinante, insobornable, intensa, divertida, chocante, provocadora, emotiva, tierna y poliédrica como esta ‘Holy Motors’, del singular cineasta francés Leos Carax, supone aceptar unas reglas de juego cuyos códigos intuyes, pero desconoces. Supone aceptar que las palabras con las que intentas aprehenderla se queden cortas frente al torbellino de sensaciones y reacciones de distinto signo que te van invadiendo a lo largo de sus 115 minutos de metraje.
Decir que arrasó en Sitges con los premios a la Mejor Dirección, a la Mejor Película Fantástica, el Jose Luis Guarner de la Crítica y el del jurado Méliès d´Argent de largometraje europeo. Sitges la coronó y en Cannes, las opiniones se dividieron entre ovaciones y abucheos. Con una cinta como esta, todas las percepciones y los juicios son tan legítimos como posibles.
Por tirar algo del hilo argumental, el relato sigue a un actor llamado irónicamente Oscar – excelente Denis Lavant, actor fetiche-alter ego de Carax – quien va interpretando personajes diferentes en ambientes tan contrapuestos como habitaciones de hotel, paisajes desolados, fábricas abandonadas, escenarios o exteriores. Es conducido en una limusina blanca por una mujer, Céline, -estupenda Edith Scoub-, una dama elegante, que le recuerda sus citas y le salva de más de un apuro.
Y va encontrando e induciendo en este intransferible y bizarro itinerario a gente de todo tipo con la que establece vínculos dispares, desde la violencia al romance, desde el rigor a la dulzura, desde la formalidad a la sociopatía. Compañer@s de viaje como l@s interpretad@s por Eva Mendes, Michel Piccoli o Kylie Minogue – que interpreta maravillosamente un precioso tema musical y que coprotagoniza con Lavant un dueto romántico-nostálgico más que intenso – dan fe de estos desvaríos.
Se han señalado influencias de Lynch, Truffaut, Godard… Y, sí, son rastreables y reconocibles en este filme tan denso y complejo. Pero es también de una autoría incuestionable y una recomendación sine qua non. Véanla con una mirada abierta y receptiva, déjense transportar y atrapar por ella. No lo lamentarán.