La del cineasta- productor, escritor y realizador – surcoreano, Park Chan-Wook, es una obra singular en la que se combinan un intenso lirismo con la más extrema y cruda violencia. Universalmente conocido y reconocido gracias a ‘Old Boy’, Gran Premio del Jurado en Cannes en 2003, y a su trilogía de la venganza, esta su última propuesta es su primera incursión en el cine norteamericano. Con 100 minutos de metraje, el guión se debe al actor estadounidense Wentworth Miller (‘Prison Break’) y es un thriller de terror, por utilizar una referencia genérica para una película que desafía cualquier clasificación o convención narrativa.
La perturbadora historia se centra en una adolescente que ha perdido a su adorado padre y a su mejor amigo en un accidente de tráfico, lo que provoca que se encierre aún más en sí misma, al no entenderse con su inestable y errática madre. La única conexión con el exterior, fuera de la mansión donde ambas viven prácticamente enclaustradas, es el regalo que puntualmente le hace su tío paterno, Charlie y que esconde para que la sorpresa sea aún mayor. Cuando se inicia el relato, la protagonista inaugura los diecinueve y recibe su visita inesperada. A partir de ahí, nada volverá a ser igual, en una destructiva espiral que los envolverá sin vuelta atrás.
Narrada cíclicamente, el comienzo es el final, a partir del cual se va dando cuenta de los hechos que han llevado al desenlace. El personaje de la joven, una excelente Mia Wasikowska, es capaz de percepciones que escapan a los sentidos de la mayoría de la gente. Introvertida y pasiva, extremadamente inteligente, contempla con aprensión al recién llegado, tan próximo como ajeno, con el que se resiste a asumir sus semejanzas. La madre, en cambio, estupenda Nicole Kidman, no tardará en caer rendida a sus encantos. Y el seductor caballero, impecable Matthew Goode, pronto mostrará su lado más inquietante.
Chan-Wook va graduando la información, moviendo a los protagonistas y manejando las situaciones como piezas en un siniestro tablero de ajedrez, hasta encajarlas todas. Con un dominio de la cámara, del ritmo, de la puesta en escena, del suspense, del clima y del climax, del terror, el psicológico especialmente, pero también del más físico e impactante, tan desasosegante como hipnótico. Tan brutal como sutil. Tan artero como magnético. Tan odioso como atrayente. Recorrida por una fina ironía, se nutre, siendo tan original al tiempo, de referencias cinéfilo-literarias muy emblemáticas. La familia Stoker, como Bram el creador de Drácula. ‘Teorema’, de Pasolini. El tío Charlie hitchcockiano de la maravillosa ‘La sombra de una duda’…
La luminosa Teresa Wright, en aquella obra maestra, era una joven ingenua subyugada por un Joseph Cotten inconmensurable. Pero Wasikowska aquí no lo es, aunque pueda parecerlo en un principio. Y la añorada figura paterna, Dermot Mulroney, es un cazador del que y con el que se familiariza con el asesinato, el dolor ajeno y la muerte. Nadie es inocente. Las destructivas pulsiones, no sólo las eróticas, se adueñan de la función y la sed de mal de estas criaturas nada celestiales es inagotable. Hay películas de las que no se sale indemne. Esta es una de ellas.