El francés Jean Becker, hijo del gran Jacques, guionista, actor y director, se ha especializado en películas humanistas, por así decirlo. Películas en las que el triunfo de los buenos sentimientos, aún precedido por el conflicto, limaba las aristas más críticas y complejas. Películas en las que su buena factura, su oficio y su reparto, junto a temas muy del gusto de un cierto y amplio sector de público – que no aprecia lo más groseramente comercial y sí algo más ambicioso, sin aportar grandes novedades ni en fondo, ni en forma- le han granjeado una reputación de buen artesano.
Como, por ejemplo, sus celebradas, ‘Conversaciones con mi jardinero’ o ‘Mis tardes con Margeritte’. Aunque, de entre las estrenadas en nuestro país, sí destacan la amargura y oscuridad del notable, aunque algo exasperado, drama ‘Dejad de quererme’.
‘Mi encuentro con Marilou’ revela una reiteración algo cansina al abordar un relato, basado en la novela de Eric Holder, cuyo guión ha escrito él mismo junto a François D´Epenoux, en el que – otra de las señas de identidad de su filmografía – el encuentro entre dos seres opuestos y, en principio, antagónicos, de diferentes extracciones socio-económicas-culturales, se revela enriquecedor para ambas partes. Y, sobre todo, para la teóricamente más privilegiada…
La historia trata sobre un pintor sexagenario, cuya inspiración le ha abandonado y cuya crisis existencial y creativa le sitúa al borde de la depresión y del suicidio. Para escapar a su propia angustia, decide marcharse abruptamente y dejar atrás un modo de vida más que confortable. En su camino se cruza una adolescente, de familia desestructurada y marginal, a quien su madre ha echado de su casa, a instancias de su violenta pareja. Su encuentro y convivencia paterno-filial posterior les devolverá la esperanza y les reconciliará consigo mism@s y con sus circunstancias, transformándolas.
De entrada, y con estos mimbres, no era fácil escapar al tópico. Pero es que ha incurrido en los peores. Pena da ver actores solventes como Patrick Chesnais y Miou-Miou – ¡qué triste, sexista y esquemático tratamiento se le da a su ínfimo personaje !- en estos menesteres. Situaciones sonrojantes de puro absurdas y, paradójicamente, previsibles en su desarrollo y resolución. La banalidad preside su acercamiento, por decirlo de alguna manera, a los desarreglos emocionales, el arte o la violencia de género. El final es tan impostado como el resto del metraje. Tramposa y manipuladora, no consigue ni divertir, ni sorprender, ni emocionar. Ni, desde luego, interesar. Cuenta, además, con el lastre añadido de la lastimosa interpretación de Jeanne Lambert, la Marilou del título español. Es un consejo, absténganse.