Tras la entrada anterior con la infamia segregacionista del apartheid, seguimos con el inicuo esclavismo en esta coproducción entre Portugal, Francia y Países Bajos (Holanda), fechada en el año en curso, de 127 minutos de metraje.
Escrita y dirigida por la profesora, guionista, fotógrafa, ayudante de dirección y cineasta lusa, Margarida Cardoso, cosecha del 63, una de cuyas señas de identidad fílmica es la memoria histórica de su país y más concretamente su pasado colonialista.
Muy bien fotografiada, con los claroscuros que requiere la historia, por Leandro Ferräo y otro tanto puede decirse de la banda sonora, que firma Rudgert Zuydervelt.
Su reparto coral sabe transmitir toda la crudeza y la desolación de un drama, narrado a ritmo lento, pero absorbente para quien esto firma, en el que un joven médico entra a trabajar en una plantación de una isla tropical de la costa africana.
Allí, hombres, mujeres y niñ@s de color son tratad@s cruelmente como esclav@s, aunque oficial y cinícamente, puedan acceder, con un alto precio, a su liberación. El sometimiento, a todos los efectos, al amo es absoluto.
Entre ellas y ellos se ha desarrollado un mal incurable llamado banzo, definido como «el procedimiento psicológico o sentimiento patológico de nostalgia incurable experimentado por l@s esclav@s negr@s hacia su cultura, cuando se ven despojad@s de ella, de su tierra y de sus raíces»
Más aún, sin tener la consideración de personas, a merced de las órdenes y deseos del señor, la señora y los empleados, castigados y oprimidos. Los síntomas consistían en una suerte de apatía absoluta, falta total de apetito – por ello, les forzaban a comer, cada dos días, una práctica dolorosa, violenta y atroz – y debilidad extrema.
Así que el joven médico, algo más civilizado y sensible que su predecesor, poco podía hacer por ell@s – las mujeres, además, cargadas con bebés y niñ@s a quienes no les era posible alimentar – más que impedir, dentro de sus limitaciones, que la barbarie fuera aún peor.
La mirada de la realizadora es mesurada y contenida, aún dentro de los horrores que están narrando. Queda patente su compromiso con las víctimas, con sus miradas, con sus silencios, con sus sufrimientos, con sus añoranzas y con su impotencia.
Pero tampoco es maniquea en la que dirige a los esclavistas, entre quienes sabe distinguir las jerarquías, responsabilidades en los maltratos y servidumbres. Planea sobre ella una constatación de la autoconsideración de la superioridad que creen tener de clase y de raza.
Deberían verla, es un consejo.
Escrito queda.