‘La conspiración’: Legalidad y justicia

Abraham Lincoln fue asesinado el 14 de abril de 1865, a la edad de 56 años, en Washington, mientras asistía a una representación teatral, por el actor John Wilkes Booth, quien pretendía asimismo acabar con las vidas del vicepresidente Andrew Johnson y del Secretario de Estado, William H. Seward. El responsable del primer magnicidio en la historia de su nación, fue abatido días más tarde y sus cómplices se entregaron, para ser juzgados y condenados a muerte. Dentro de la redada policial en busca de responsables en grado de cooperación, se detuvo tambíen a un grupo de correligionarios sudistas que solía reunirse con Booth en una pensión cuya propietaria, una mujer viuda llamada Mary Surratt, fue también arrestada junto a los antedichos.

‘La conspiración’ describe las irregularidades procesales que sufrieron los detenidos a manos de un Tribunal Militar sediento de venganza presidido por un juez implacable, encarnado con toda credibilidad y eficiencia por el gran Colm Meaney. Y se centra, sobre todo, en la defensa de la viuda antes citada, una excelente, sobria y conmovedora Robin Wright. Dicha defensa estuvo a cargo, paradójicamente, de un abogado y antiguo combatiente unionista, muy bien interpretado por James McAvoy.

Robert Redford contempla dicho proceso con la mirada honesta, defensora de los derechos civiles y consecuente que le caracteriza y que constituye una de sus señas de identidad como realizador. Aborda así este drama histórico en clave jurídico-política, con la decencia añadida de que defiende los derechos de quienes no lo hicieron con los de su víctima y de personas de cuyas ideas no puede sentirse más lejano. Como lo hace su protagonista, sin ir más lejos.

Y sabe hacernos partícipe de la tesitura moral del joven abogado y militar, unionista convencido, al recibir la propuesta de tal defensa, de su paulatino respeto por la viuda, de su indefensión ante un Jurado de uniforme, arbitrario y parcial, de sus dudas razonables sobre la culpabilidad de la mujer, de su progresivo aislamiento y rechazo por parte de una sociedad traumatizada, que le etiqueta como traidor a su causa por hacerse cargo del caso. De la poca ayuda que recibe de su clienta, empeñada en encubrir a un hijo que no está a la altura…

Se le ha reprochado a esta última propuesta del director un tratamiento plano y convencional de la historia y es cierto que resulta algo previsible su puesta en escena. Pero también lo es que está habitada por la emoción, por la dignidad, por la entrega de un reparto en estado de gracia en el que también disfrutamos de los inmensos Tom Wilkinson y Kevin Kline, que es un alegato contra el asesinato institucionalizado de la pena de muerte, contra los abusos de poder y del Poder, contra el lamentable abismo tantas veces existente entre la legalidad y la justicia.

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