Steven Soderbergh, tras su celebrado debut con ‘Sexo, mentiras y cintas de video’, en 1989, que se hizo con la Palma de Oro en Cannes, ha rodado una veintena larga de películas e incluso obtenido un Oscar, en el año 2000, como Mejor Director por ‘Traffic’. En su irregular filmografía, se alternan títulos de interés como esta última o su ópera prima, también citada. O las fallidas, pero interesantes ‘Solaris’ y ‘Kafka’. O su incursión en el mundo del striptease masculino en ‘Magic Mike’. Pero también las descaradamente comerciales ‘Erin Brockovich’ o las tres de la serie ‘Ocean´s.
Ahora estrena ‘Efectos secundarios’, un thriller de 106 minutos de metraje que le ha devuelto el favor de la crítica, especialmente de la norteamericana. Su historia sigue a una pareja modélica y atractiva en la que no todo es tan idílico como parece. El marido acaba de salir de prisión por un delito de estafa y ella está sumida en una honda depresión. Para intentar estar a la altura de las circunstancias, le pide a su psiquiatra que le recete un nuevo medicamento aún en fase experimental. Las consecuencias no se harán esperar…
Hay dos partes claramente definidas en esta cinta. La primera, desde el punto de vista de la protagonista, una espléndida Rooney Mara, y sus infructuosos, aunque desesperados, esfuerzos por adaptarse a una vida normalizada. Sus infructuosos, aunque desesperados, esfuerzos por liberarse de lo que ella define como una niebla pantanosa que envenena su mente. Sus infructuosos, aunque desesperados, esfuerzos por sobreponerse al enorme desgarro que le causa ser y estar. Sus gritos de auxilio a un entorno que no la comprende, a un marido sobrepasado, a un psiquiatra más interesado en el beneficio propio que en el bienestar de sus pacientes, a un negocio muy rentable y despiadado en el que se juega con la estabilidad emocional y la salud de las personas…
La segunda, desde el punto de vista de su médico, bien interpretado por Jude Law, en la que se invierte por completo la perspectiva anterior. De la que quien esto firma, no puede hablar más que en abstracto para no desvelar nada. En la que las pretendidas explicaciones a ciertas conductas, son sumamente esquemáticas e insatisfactorias. En la que los personajes se estereotipan y se hacen previsibles. En las que ciertas caracterizaciones – el personaje de Catherine Zeta-Jones – rozan lo penoso. En la que se desvanece la crítica en aras del efectismo. En la que el cinismo y la amoralidad de un hombre son absueltos de toda responsabilidad. En la que la pretendida vuelta de tuerca se torna decepcionante y trillada.
Si se deciden a verla, disfruten, pues, de la primera. De la elegancia de su puesta en escena, de la intensidad con la que retrata la desdicha socialmente penalizada e incomprendida, de su valiente denuncia de ciertas prácticas médicas y farmaceúticas y aténganse a las contraindicaciones de la segunda. Avisad@s quedan.