No deja de ser curioso que la presunta transgresión de determinadas películas norteamericanas, catalogadas como indepedientes y conocidas también como indies, se quede en la superficie sin rozar apenas el fondo del relato que vehiculan. Aparentemente rupturistas, su voluntad, tan bienintencionada como lícita, de normalizar conductas, tendencias, personalidades u opciones vitales les hacen edulcorar las historias prescindiendo de sus aristas más duras y conflictivas, lo que socava su credibilidad aunque, en contrapartida, las acerque a un segmento de espectadores mayor del que estaban supuestamente destinadas.
Y esto es especialmente aplicable a la película que nos ocupa, ‘Las sesiones’. Escrita y dirigida por el sexagenario Ben Lewin, es su cuarta propuesta fílmica. Basada en escritos autobiográficos del periodista y escritor, Mark O´Brien, a quien está dedicada, narra la historia de un hombre cuya poliomelitis infantil le paralizó y le confinó de por vida en un pulmón de acero, del que apenas si podía liberarse un par de horas. Lo que no le impidió ser bastante independiente, creativo, poseer un humor envidiable y renunciar a su virginidad para conocer una sexualidad plena.
El realizador coincide con su protagonista real y de ficción en que también sufrió la terrible enfermedad, aunque sus secuelas fueran mucho menores. Enfrentarse a un personaje de estas características no es tarea fácil. Todo en él resulta admirable y ejemplar, apto más para la hagiografía que para un acercamiento más objetivo y complejo. Es muy de agradecer, entonces, que su firmante nos ahorre la sensiblería y la manipulación emocional. Es muy de agradecer, entonces, que el personaje del sacerdote católico, magnífico William H. Macy, no moralize, ni juzgue. Es muy de agradecer, entonces, que esté recorrida por el humor de una víctima que no se toma como tal. Espléndido John Hawkes, segura nominación a los Oscars la suya. De esta cinta van a salir varias. De momento, él mismo y la excelente Helen Hunt lo están ya a los Globos de Oro.
Y una vez dicho esto, hay que dejar constancia de que , por muy políticamente correcta que sea y con la coartada profesional que tenga, una terapeuta sexual para discapacitados que cobra por sus servicios no está muy lejos de ser una mujer prostituída. Una contradicción que la afecta en su vida personal y emocional, y por la que el filme pasa de soslayo. Y aunque estén muy bien resueltas, las escenas eróticas son demasiado suaves , limpias por así decirlo. Una relación tan desigual tiene que engendrar alguna frustración, pero el conflicto y cualquier disonancia están ausentes. Y como lo obvia, no puede evitar la reiteración y la previsibilidad. Se alarga innecesariamente, se repite… Y la puesta en escena, plana y lineal, no hace más que resaltarlo. Le sobra amabilidad, le faltan garra e intensidad. Con todo, quedan registrados sus virtudes y defectos. Por cierto, no se pierdan los títulos de crédito finales. Merecen la pena.
