Quien esto firma, se ha hecho con la novela de Diego Paszkowski, inspiradora de esta película hispano-argentina, de 106 minutos de metraje, dirigida por el bonaerense Hernán Goldfrid y escrita para el cine por Patricio Vega. Pero no la ha leído. No al menos antes de ver la cinta. Lenguajes distintos, ya se sabe. Libertad en las adaptaciones, se sobreentiende. En este caso, además, el autor agradece al equipo el haberla llevado al cine. Pero… las comparaciones son odiosas, inevitables y no pocas veces injustas. Así que en estas líneas se registrará la crítica de su versión para la gran pantalla.
Un brillante especialista en derecho penal, tiene entre los alumnos de un curso que imparte al inteligente y dotado hijo de un amigo. Cuando frente a la Facultad donde tiene lugar esta materia se comete un terrible asesinato, el docente va atando cabos y sospecha del joven, quien gusta de debatir con él sobre temas relacionados con la justicia y el delito. Esto le llevará a una espiral obsesiva de difícil resolución.
Este duelo de mentes presuntamente privilegiadas, este cara a cara entre dos hombres – casi siempre lo son…, las mujeres juegan el rol de víctimas y-o de objetos de deseo o amorosos, en estos casos – muy cualificados, aunque uno de ellos esté en el lado oscuro. Este argumento es algo visto, casi un género por derecho propio. Imprimen el sello diferenciador los detalles, el guión, la puesta en escena, el equipo técnico artístico, el reparto, ciertas señas de identidad autóctonas…
Y aquí es donde esta tesis fílmica patina estrepitosamente. Porque el guión es tan endeble, que para tal viaje no se necesitaban estas alforjas. Porque da la impresión de que la mínima anécdota se estira como excusa para una puesta en escena tan ampulosa como vacua, tan efectista como pretenciosa. Altisonante y engañosa, juega con cartas tan marcadas, que incluso el final, supuestamente abierto, es deshonesto. Lástima porque al realizador no le falta talento visual, porque la película tiene una excelente factura, porque cuenta con el indiscutible talento de Ricardo Darín. Pero el cara a cara, ese sugerente duelo que podría haber sido, es poco más que un endeble ejercicio narcicista.