Archivo mensual: enero 2012

‘Silencio en la nieve’: La venganza

El productor y realizador español Gerardo Herrero gusta de las adaptaciones literarias. Ahí están algunos títulos de su filmografía para demostrarlo: ‘Malena es un nombre de tango’, ‘Territorio comanche’ o ‘Las razones de mis amigos’ sobre novelas de Almudena Grandes, Pérez-Reverte o Belén Gopegui respectivamente. Su último estreno, ‘Silencio en la nieve’ no es una excepción, ya que está basada en el libro de Ignacio del Valle, ‘El tiempo de los emperadores extraños’.

La acción se desarrolla en el Frente de Rusia en el año 1943. Un soldado, antiguo inspector de policía, y un sargento, ambos miembros de la División Azul, un tema éste casi inédito en nuestro cine, se topan con un descubrimiento terrible en un siniestro campo de batalla densamente nevado y sembrado de cadáveres congelados de caballos, víctimas inocentes de la contienda. Se trata de un combatiente asesinado y con una inscripción en el pecho, hecha con la misma arma que le quitó la vida: «Mira que te mira Dios».

Esta frase, correspondiente a una oración infantil de cuatro estrofas, y las tres restantes, dan nombre a otros tantos epígrafes en los que se divide la cinta aunque el último, muy breve, corresponda a su conclusión. A partir de entonces, los dos hombres son encargados de hacer frente a una investigación, tan dura como díficil e ingrata, en la que descubrirán historias y ambientes aún más oscuros que el propio crimen.

El realizador acierta plenamente en la factura, con una puesta en escena digna de una gran superproducción, a la que contribuyen poderosamente las excelentes direcciones artísticas y de fotografía de Edou Hydallgo y Alfredo Mayo, respectivamente. Crean el clima, la textura, el color de los horrores de una guerra tan absurda como innecesaria. Y están muy bien cuidados, asímismo, los ambientes abigarrados y chulescos de la soldadesca alienada y brutal con las mortíferas ‘diversiones’ a su alcance, naipes aparte, y las escenas bélicas propiamente dichas. El frío y el lado menos poético e inquietante de la nieve se hacen sentir.

En cuanto a los personajes, están en general bien dibujados, exentos de esquematismos e uniformidad, respetando la pluralidad de sus ideas, dentro del bando llamado nacional, y personalidades. Eso no obsta para que se destaque la crueldad inmisericorde de ciertas ‘hazañas’ protagonizadas por indeseables y en los daños colaterales que la propia guerra provoca en las mentes y conductas de los sometidos a ella, incluída la población civil rusa.

Sólo que la intriga decae y el interés que prometía la combinación de un thriller negro en semejante escenario y con miles de sospechosos al dudoso honor de ser el asesino en serie, se ve pronto defraudado por líneas argumentales secundarias que en nada suman, sino que restan, al núcleo central del relato. A ello hay que añadir ciertas composiciones y caracterizaciones desaforadas y excesivas y lo precipitado de su conclusión. Con todo, una cinta más que digna con un notable equipo técnico-artístico, en el que destacamos las sobrias y ajustadas interpretaciones de Juan Diego Botto y Carmelo Gómez.

‘J. Edgar’: Poder absoluto

Clint Eastwood ha levantado acta, sabia y lúcidamente, de algunos de los males que aquejan a la sociedad norteamericana contemporánea. Y los ha registrado. Desde la violencia al racismo, desde las desigualdades de clase, a las arbitrariedades jurídicas, desde al asesinato legal de las ejecuciones, a las turbulencias privadas en las asimetrías de género, valiéndose de historias, en clave dramática, con tonos épicos, líricos, descarnados, poéticos y violentos.

En efecto, este octogenario y clásico viviente ha dejado constancia para la posteridad de las variantes más perversas de la dominación y el abuso de ciertos grupos humanos sobre otros, exponiéndolos a nuestra consideración con esa mirada fílmica suya tan austera y potente, tan sobria e intensa, en las que el humor y la ternura nunca están ausentes. En las que sabe mostrar los recodos y las negruras de sus antihéroes más villanos, pero también sus contrapuntos más desvalidos y vulnerables.

Su encuentro con un personaje tan oscuro y poliédrico como el todopoderoso director durante cinco décadas del FBI, J. Edgar Hoover prometía sobre el papel ser interesante, todo un reto. Y a fe que no defrauda. Ciento treinta y siete minutos absorbentes que muestran un fresco de años muy convulsos en la historia de su país, en los que el protagonista tuvo un papel muy destacado. El magnífico guión de Dustin Lance Black sigue este itinerario desde 1919, siendo un veinteañero ambicioso, hasta su muerte, acaecida en 1972, cuando contaba con setenta y siete años. Desde los comienzos de su carrera, hasta su ocaso.

Así, mientras el anciano implacable va desgranando su biografía profesional de manera acrítica y autocomplaciente, nos es dado contemplar los hechos tal y como fueron y quisieron ser percibidos por una personalidad prepotente y fanática, que pocas veces se permitía la duda… Salvo en la esfera privada, que mantuvo -él, que había espiado y puesto bajo sospecha a toda una nación, so pretexto de defenderla de sus presuntos enemigos- ferozmente a buen recaudo. Aunque sin poder evitar especulaciones de toda índole y filtraciones dignas de crédito.

El realizador retrata a este hombre contradictorio y peligroso, poseído por un afán redentorista y por obsesiones conspiratorias, que favorecían, todo hay que decirlo, sus ambiciones profesionales, en toda la extensión de su poder. Poder absoluto que mantuvo bajo el mandato de ocho presidentes y tres guerras, y cuya influencia, directa e indirecta, se mantiene hasta nuestros días.

Y lo hace de una manera compleja y elegante, sin necesidad de cargar las tintas, reconociendo sus logros en la criminalística forense, enfrentándolo a personajes de su época, de todos los ámbitos, no sólo políticos, sino culturales, artísticos… En sus comparecencias de control ante el Congreso, que se rindió tantas veces a sus argumentos paranoides y fascistas. Así lo vemos con personalidades tan dispares como Robert Kennedy, Shirley Temple, Ginger Rogers o Charles Lindbergh, en el trágico episodio del secuestro y asesinato de su pequeño, que aprovechó para consolidar el FBI. Todo ello perfectamente descrito, filmado y contextualizado.

También en las distancias cortas… La privacidad del solitario protagonista -un extraordinario Leonardo Di Caprio– , nunca desprovista de connotaciones ideológicas, pivotó sobre tres personas claves. Su secretaria, estupenda Naomi Watts, a quien propuso impulsivamente matrimonio, que ella declinó por preferir su dedicación profesional. Su madre, la siempre excelente Judi Dench, de quien aprendió la ferocidad, el fanatismo y la determinación a toda prueba, y que despreciaba la homosexualidad. Y, sobre todo, su alter ego, el hombre no oficial de su vida, su segundo de a bordo, el siempre leal Clyde Tolson, quien le acompañó desde su juventud, hasta su muerte. Le aporta rostro y buen hacer un sorprendente Armie Hammer.

Es en la descripción de esta última relación donde el director demuestra su talento para filmar la intimidad. Una intimidad tan formal como apasionada, tan clandestina como secreto a voces, nunca desprovista de connotaciones ideológicas y siempre ambivalente en el alcance de su materialización física. Una intimidad que deja ver el lado más vulnerable y cercano de un ser humano tan inquietante en su oscuridad.

Y pese a que se le haya reprochado justamente el exceso de caracterización en el envejecimiento de los protagonistas, tal circunstancia no reduce ni un ápice el valor, la calidad y el interés incontestables de una cinta habitada por el talento a quien la Academia hollywoodense, en otro alarde de ceguera, no se ha dignado conceder ni una sola candidatura a los Oscars.

‘Los descendientes’: Entre islas…

Alexander Payne se ha tomado siete años para rodar ‘Los descendientes’ desde su aclamada, y algo sobrevalorada, ‘Entre copas’. El realizador y guionista norteamericano cuenta también en su filmografía con interesantes títulos como ‘Ciudadana Ruth’, ‘Election’ o ‘A propósito de Schmidt’. Esta su última propuesta promete algunas candidaturas a los Oscars tras conquistar a varias Asociaciones de Críticos del país y ser destacada con dos Globos de Oro.

Un fatal accidente de lancha deja en coma a una mujer joven, casada y con dos hijas. Su marido es residente como toda la familia en Hawai y natural del país, fruto de un antiguo mestizaje entre misionero blanco y rica y distinguida aristocracia local. Ejerce como abogado, con el trabajo como eje de su vida. Este hombre, pues, debe cambiar sus prioridades y afrontar la nueva situación reuniendo a las niñas, de diecisiete y diez años respectivamente, e intentando recomponer su relación con ellas y que asuman poco a poco la nueva situación. Al tiempo, debe decidir sobre la venta de unas propiedades de playas vírgenes que posee su familia en una de las zonas más bellas de Hawai. En este proceso, tan duro como desconcertante, tendrá ocasión de acceder a verdades incómodas y dolorosas y de probarse a sí mismo como persona adulta.

Payne conserva de su pasado indie unas estimulantes naturalidad y frescura al abordar situaciones espinosas y personajes al límite de la caricatura. Añade además, de su propia cosecha como cineasta, una desarmante facilidad para combinar drama y comedia agridulce, en este caso, y corrosiva además. Todo ello en un relato que bien pudo haber resultado una farsa o un dramón de sobremesa televisiva. El director elude ambos riesgos con una fina ironía, una elegante y sutil puesta en escena, una visión tan crítica como comprensiva sobre unas formas de vida tópicamente privilegiadas pero, en realidad, tan difíciles y complicadas como las del resto de l@s mortales.

Sus agudas dotes de observación nos obsequian con revelaciones sobre personajes que parecen de una pieza y que se muestran más complejos y sobre situaciones que van evolucionando lejos de los clichés al uso. Eso divierte y se agradece, porque, digamoslo de una vez, la película funciona mucho mejor como comedia que como drama, aunque acierte en la fusión de ambas. Le falta un hervor para conmover. Lo logra, de hecho, en pocas ocasiones. Pero resulta redomadamente divertida, incluso en el filo de la tragedia, y repleta de una brillante causticidad.

Otro tanto puede aplicarse a sus protagonistas, más convincentes en el registro hilarante o cínico, que en el de la tristeza. Clooney incluído. Está muy bien y probablemente ganará el Oscar, pese a Michael Fassbender, pero su vis cómica le puede a sus dotes dramáticas, aunque sepa transmitir una melancolía obnubilada con su talento habitual.

Sería injusto no mencionar a las actrices que dan vida a esas dos chicas en duelo prematuro, contemplando con ambivalencia a la madre, aún viva y ya perdida, y con hostilidad y rebeldía a un padre ausente y casi desconocido, con el que ahora están condenadas a entenderse. A un amante aparentemente interesado, pero sumido en la culpa. A su mujer, tan tierna e insegura. A un suegro dolido y cascarrabias, con una esposa fuera del tiempo. A una legión de primos esperando hacer el negocio de su vida. A una pareja de amigos, cómplices de un secreto perturbador. Les prestan rasgos y buen hacer, entre otr@s, Shailene Woodley, Robert Forster, Judy Greer o Beau Bridges. Gentes peculiares tan sociables como solitarias, habitando entre las islas de un archipiélago de majestuosa belleza, muy lejos de ser un paraíso.

‘Los hombres que no amaban a las mujeres: La red familiar

Apenas dos años separan las dos versiones cinematográficas de la primera entrega de la trilogía Millennium. La coproducción entre Suecia, Dinamarca y Alemania, dirigida por el danés Nils Arden Oplev, y esta que nos ocupa, firmada por el norteamericano David Fincher, con guión de Steven Zaillian, en la que comparten nacionalidad Estados Unidos, Suecia, Gran Bretaña y Alemania. No obstante la fidelidad de ambas cintas al texto de Stieg Larsson, sus diferencias de enfoque y estilo son notables.

Para quien esto rubrica, los remakes a los que tan acostumbrados nos tiene el stablishment hollywoodense son, además de una operación comercial, un síntoma de falta de ideas propias y de hacer pasar por el filtro del, por decirlo así, star system las historias fílmicas acuñadas en el Viejo Continente. En cualquier caso, muchas segundas partes fueron buenas – e incluso mejores – y, en este caso, la expectación era comprensible, dado el equipo técnico-artístico que la avala.

El responsable de ‘Zodiac’ o ‘La red social’ imprime a esta historia turbia e inquietante- que vincula lo privado con lo público en las circunstancias de una importante saga familiar, un medio y un periodista implacables con los poderosos y con el sistema y una joven tan oprimida por las instituciones como transgresora y llena de talento, unidos por la investigación de un presunto asesinato perpetrado décadas atrás – esa puesta en escena elegante, ágil, eficaz y potente que le ha hecho famoso. Incluso sabe renunciar a cierta brillantez estética en aras del respeto a un material narrativo, al que dota de un ritmo vibrante, sobre todo en la primera parte y en su conclusión.

Así pues, Fincher juega sus mejores cartas mostrando a dos mentes excepcionalmente brillantes desentrañando los enigmas de la desaparición de la adolescente y presunta víctima de un perverso entramado familiar. En la faceta del thriller con insidiosas resonancias endogámicas se mueve como pez en el agua. Pero resulta frío en la descripción de las complejas relaciones interpersonales que se derivan del encuentro de dos personalidades tan distintas como complementarias, tan antagónicas como afines. Y, craso error, pasa de puntillas por la radicalidad política y social del libro, al que prácticamente despoja de su contenido ideológico.

Lisbeth Salander, ese personaje tan extraordinario y paradigmático, esa vengadora frágil e insobornable de las mujeres agredidas, como ella misma, por hombres que las odian. Ese icono feminista y revolucionario, esa inteligencia maravillosa en una criatura tan torturada, está encarnada con solvencia por una Rooney Mara, candidata a los Globos de Oro y pronto, al tiempo, a los Oscars. Ella le confiere un desvalimiento aliado a una feroz determinación, una delicadeza sombría, una rabiosa sed de justicia que, sin embargo, no oscurecen la tierna dureza y la intensidad que le aportó Noomi Rapace.

Entre un Michael Nyqvist carente de carisma y un Daniel Craig demasiado cachas, el magnético Mikael Blomkvist, en cambio, no ha encontrado su alter ego cinematográfico. Christopher Plummer rezuma empaque y dignidad, el excelente Stellan Skarsgard es un magnífico villano y sabe a poco la siempre estupenda Robin Wright, como Erika Berger, otro notable, y postergado aquí, personaje femenino de la novela.

‘La dama de hierro’: Pleitesías

Dos o tres cosas que sabemos de Phyllida Lloyd, responsable de este biopic de Margaret Thatcher que acaba de estrenarse. Inglesa, directora de teatro y ópera, además de realizadora, tiene entre sus créditos cinematográficos ser la firmante de la arrolladora y favorita en todas las taquillas mundiales,’Mamma mía’.

En cuanto a su compatriota, la baronesa octogenaria y primera mujer en acceder al rango de Jefa del Ejecutivo británico,- cargo que ejerció en dos mandatos, desde 1979 y 1990-, y heroína de esta función, hay que decir que, básicamente, la cinta le rinde una indisimulada pleitesía. El guión, que firma Abi Morgan, se ha basado libremente en las Memorias de la hija, Carol Thatcher, y se ha esforzado tanto, tanto en respetar la ‘dignidad’ del personaje, que ha pasado de puntillas por el lado más oscuro y feroz de sus Gobiernos y de su prepotente, arrogante y dictatorial estilo de asumir el poder.

Incluso cuando el film parece más crítico, está recorrido por una tramposa autocomplacencia admiradora de la fortaleza y el carácter indomable de la Prémier. Por otra parte, en el disperso caleidoscopio con el que describe su biografía política se nos hurtan, o resultan fugazmente entrevistos con la acumulación de flash backs, episodios como la retirada de la leche gratuita en los colegios, “Thatcher, Thatcher, milk snatcher”, ladrona de leche, clamaban padres y madres… O su rendida admiración por el dictador Pinochet a quien avaló, por los servicios prestados en la Guerra de las Malvinas, defendió y acogió como ‘el paladín de la democracia en Chile’ o el más que dudoso hundimiento del crucero Belgrano durante el citado conflicto, que costó la vida a más de trescientos marineros argentinos.

Pionera, es sabido, como su amigo y colega Ronald Reagan, del neoliberalismo más salvaje, con medidas precursoras de la crisis que padecemos. Sus políticas de recortes, privatizaciones, enfrentamientos con los sindicatos… están tan tristemente de actualidad. Pero el punto de vista fílmico es el suyo y sus adversarios nos son mostrados como vociferantes energúmenos, tanto en la calle como en el Parlamento. Salvo cuando es su propio Gabinete el que la cuestiona, tenemos ocasión de oir argumentos de uno y otro signo, casi en pie de igualdad. No resultan casuales tales omisiones y enfoques…

El ritmo se quiere ágil, pero resulta lento y con altibajos. La película funciona mejor en las distancias cortas, en la descripción del deterioro de la protagonista, de sus alucinaciones y de su vida más privada. El resto es una coctelera algo indigesta y muy tendenciosa. Chapeau para un impecable reparto, el maravilloso Jim Broadbent compone un inolvidable Denis Tatcher, u Olivia Colman como la hija o los jóvenes Alexandra Roach y Harry Lloyd… Capítulo aparte merece la majestuosa caracterización y composición de Meryl Streep- aunque quien esto firma la prefiera menos solemne- que se llevará a casa, sin dudarlo, su tercera estatuílla en febrero.

‘El Havre’: Europa, Europa…

Por una pirueta del azar, se han estrenado el pasado diciembre tres cintas del máximo interés, una vez publicado el balance de lo mejor del año. Dos de ellas, ‘El topo’ y ‘Drive’, ya han sido reseñadas en el blog. La tercera, ‘El Havre’, da- como ‘La chica de la fábrica de cerillas’, ‘Nubes pasajeras’ o ‘Un hombre sin pasado’- la medida del singular talento del finlandés Aki Kaurismäki. Coproducción entre su país, Francia y Noruega, obtuvo en justicia el Premio Louis Delluc al mejor filme francés del año y el Fipresci de la Crítica Internacional en el pasado Festival de Cannes.

La historia se sitúa en la ciudad portuaria francesa a que alude el título y en una comunidad peculiar de vecinos muy pobres, pero con un sentido de la fraternidad muy desarrollado. El protagonista es un limpiabotas, felizmente casado con una mujer a la que acecha una terrible enfermedad, que vive dichoso en tan humilde microcosmos en el que parece tener todo lo que necesita. Su bar de cabecera, sus tiendas regentadas por amistades, gente con la que puede contar. Las incursiones,en función de su trabajo, a espacios más privilegiados de la ciudad no le hacen añorar, ni resentirse por oportunidades que le fueron negadas. Por el contrario, se siente más ligado a sus orígenes y orgulloso de su procedencia. Sin embargo, le va a ser dado conocer el lado más oscuro de su país al encontrarse y encubrir a un chico inmigrante africano, al que delata un vecino xenófobo- un sorprendente anciano encarnado por Jean Pierre Léaud y persigue un contumaz sabueso, bajo los rasgos de Jean Pierre Darroussin.

Las peculiares, extraordinarias e intransferibles señas de identidad del autor finlandés se muestran aquí en todo su talento. Esa mirada suya a los desposeídos de un Continente cada vez más hostil con las diferencias, sean de clase o de raza. Esas fábulas tan críticas y tan tiernas, que le sirven para describir un estado de cosas que le disgusta profundamente como ciudadano y ser sensible. Esos personajes tan hieráticos y expresivos, tan lacónicos e intensos, tan aparentemente distantes como afectivos. Ese paisanaje lleno de encanto, tan atípicos y extraños como cercanos. Esos seres tan dignos de vidas indignas, esa nobleza de los desposeídos, esa elegancia en las privaciones, esa solidaridad de y entre los desheredados…

Esos diálogos recitados y a veces imposibles, pero llenos de lucidez y empatía. Esos pequeños y grandes milagros cotidianos, que casi sólo ocurren ya en su filmografía. Ese reparto maravilloso, liderado por André Wilms y Katy Outinen, además de los ya mencionados. Esos enfoques y puesta en escena tan sobrias como incisivos. Esos cuentos duros y esperanzadores que nos reconfortan el espíritu, sin escamotearnos las negruras de una Europa que no está, y ahora menos que nunca, ni sabe estar a la altura de las circunstancias.