La gala de los Oscars ha pasado, pero quedan muchos momentos que revivir. Os recomendamos algunos enlaces.
1.- La web oficial de los Oscars es la más completa para repasar la alfombra roja, acceder a discursos y ruedas de prensa de los premiados… Una delicia para mitómanos…
2.- También recomendable es la web que la cadena estadounidense ABC ha dedicado a la gala. Muy completa.
3.- RTVE ofrece un especial bastante completo sobre los Oscars. Incluyen referencias a las estrellas que han copado más comentarios en Twitter.
4.- En Canal +, que retransmitió la Gala, hay vídeos inéditos como el que muestra al flamante ganador del Oscar al Mejor Actor bailando claqué en la alfombra roja…
El estudiante británico de cinematografía Colin Clark, de familia aristocrática y relacionada con el arte y la política, contaba 24 años en 1957 cuando consiguió – gracias a su tenacidad e iniciativa – que Sir Laurence Olivier le incluyera en la producción de ‘El príncipe y la corista’ que, a la sazón, iba a rodarse en Londres con la estrella del momento, Marilyn Monroe, como compañera de reparto. La actriz tenía entonces 30 y acababa de contraer matrimonio con el famoso dramaturgo Arthur Miller.
La expectación que produjo su presencia en la capital inglesa y entre el equipo de rodaje fue extraordinaria, aunque la filmación resultara conflictiva, por los desarreglos emocionales de la protagonista y su mala química personal con Olivier. No fué así con el joven ayudante de dirección citado, con el que tuvo una breve intimidad, aprovechando la ausencia de Miller. Clark dejó constancia de todos estos pormenores en sendos libros, en los que se basa la película que nos ocupa.
Coproducción entre Inglaterra y Estados Unidos, con la BBC y Harvey Weinstein como cabezas visibles, su guión lo escribe Adrian Hodges y es la opera prima del británico Simon Curtis, experimentado realizador de televisión. Su metraje es de 99 minutos. Ha obtenido dos nominaciones a los Oscars, a la Mejor Actriz para Michele Williams y al Mejor Actor de Reparto, para un estupendo Kenneth Branagh. Aparte de ambos personajes centrales, el casting incluye a nombres distinguidos como los de Julia Ormond, interpretando a Vivien Leigh – Lady Olivier por aquel entonces – a Dougray Scott como Arthur Miller, a la gran Judi Dench, a Dominic Cooper o a Emma Watson, en un pequeño papel. El joven Eddie Redmayne da vida al responsable y protagonista de la historia.
La factura es elegante, de calidad, con reminiscencias televisivas de las mejores producciones de la Cadena inglesa. No pretende innovar ni en el fondo, ni en la forma, pero resulta muy interesante de ver por ser un episodio relativamente poco conocido en la vida de la estrella. Y también porque sabe capturar, con finura, matices e inteligente sutileza, el clima de un rodaje, de la peculiar fauna que lo puebla, de una época, de un oficio, de unas mentalidades enfrentadas y de unas personalidades tan brillantes como dependientes de la opinión ajena. Bien interpretada, filmada y dialogada, divertida y curiosa es, sobre todo, un auténtico tributo a la atormentada Marilyn.
Hay que decirlo ya. Michelle Williams está arrebatadora e inmensa y todos los reconocimientos le son debidos. Incluso canta los temas más conocidos de la actriz. Sabe transmitir todos los matices de esa criatura desdichada e insegura, luminosa y oscura, frágil y fuerte, conmovedora e insufrible, sensual e ingenua, tan desequilibrada como lúcida, castigadora y generosa, extremadamente vulnerable y egoísta.
Marcada por una infancia desdichada, por lo que ella vivía como una carencia crónica de afecto, pero era incapaz de verlo en sus incondicionales, a quienes podía tiranizar, y que la veneraban. Caso de Paula Stasberg, por cierto maltratada como personaje aquí. Todos estos aparentes lugares comunes sobre su personalidad están muy bien contextualizados y mostrados en el filme. Y, sobre todo, hay que insistir, por la protagonista que la hace suya y nos la muestra en carne viva, en su peor y mejor cara. Insomne, atiborrada de pastillas, y plena de vitalidad y superlativo talento. En toda su desgarradora e intensa humanidad.
Sorprende que un realizador con tanto talento como Martin Scorsese sólo haya obtenido una estatuílla al Mejor Director en el año 2006 por la magnífica ‘Infiltratados’, aunque tenga bastantes nominaciones en su haber y, desde luego, otros galardones. En esta ocasión, seis años después, encabeza las candidaturas a los Oscars en once apartados, entre los que están Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión Adaptado o Mejor Fotografía, entre otros, por esta, su última propuesta y primera en la que se sumerge en el universo infantil y en las tres dimensiones, ‘La invención de Hugo’.
La historia, basada en una novela de Brian Selznick, sigue las peripecias de un niño excluido socialmente, debido a la trágica muerte de su padre, relojero de talento, quien transmitió al chico sus habilidades. Refugiado en la Estación Central de París, contempla el curioso, desigual y, tan poético como cruel, universo que le rodea a través de las cifras y manecillas del enorme reloj que preside el grandioso edificio. Corren los años treinta y la vida no es fácil para los huérfanos que malviven en las calles. Cercados por las autoridades, son enviados a la fuerza a orfanatos sórdidos y hostiles. En este caso su feroz perseguidor es el inspector de la Estación, encarnado por Sacha Baron Cohen.
Su único amigo es un robot rescatado por su progenitor, en quien ha trabajado y a quien le falta una pieza para mostrar sus secretos. A través de él va a conocer a una chica singular, también huérfana, cuyos padrinos no son lo que parecen y que le abrirán, tras múltiples penalidades, las puertas a un universo extraordinario y desconocido para él.
El portentoso talento visual del director, aliado con un equipo técnico excepcional, brilla en todo su esplendor, aunque quien esto suscriba haya preferido la versión original al formato espectacular, y magnificencia en la creación de universos, de atmósferas, en el tratamiento de la luz, del color, en la prodigiosa fotografía de Robert Richardson y en los cientos de hombres y mujeres que han formado parte de la dirección artística, del diseño de producción , de los efectos especiales y visuales, del vestuario, del sonido, de Howard Shore, a cargo de la banda sonora, del maquillaje, de…
Valores y merecimientos indiscutibles, nobleza obliga el reseñarlos, junto a un comienzo deslumbrante y ciertas secuencias memorables, incluyendo también los títulos de crédito. Pero el guión es irregular, el ritmo se resiente en su parte central, los personajes resultan esquemáticos en su mayoría, sin ser arquetípicos. El reparto no da lo mejor de sí. La recorren diversas líneas argumentales entre microcosmos dickensianos, tiempos modernos chaplinianos y el homenaje que es a la magia y los comienzos del cine, que la dispersan y edulcoran.
Un perfecto engranaje, como el de esas fascinantes máquinas y piezas que muestra con tan bella meticulosidad, que no viene acompañado por una cohesión y entidad narrativas, a la altura de esa factura tan hermosa como impecable. De haberlas tenido, estaríamos hablando de una obra maestra.
Mariano Barroso es un realizador dotado para el thriller, en el que turbias motivaciones eróticas y de poder suelen jugar un papel destacado. En este su último estreno continúa en esa línea argumental donde crimen, codicia y sexo se interrelacionan arteramente.
Trata sobre una jueza, una esforzada Leonor Watling, a quien ha correspondido la investigación de un violento asesinato en la persona de una adolescente de 17 años, bailarina de striptease. El principal sospechoso es un importante hombre de negocios, cuyos restos biológicos aparecieron cerca del cadáver y al que un testigo sitúa en el lugar la noche de los hechos. Pero la esposa le proporciona una coartada sólida…
Mientras, un chico de compañía, un irregular Miguel Angel Silvestre, se acerca a la protagonista con un evidente afán justiciero, ya que mantenía una relación afectiva con la víctima y acusa sin ambages al empresario citado. Al tiempo, va progresivamente debilitando la desconfianza y prevención iniciales hacia él por parte de la jueza, hasta consumar una relación de dramáticas consecuencias en el desarrollo del caso.
El guión, que firman conjuntamente Alejandro Hernández y el propio realizador, incurre en contradicciones difícilmente sostenibles, que dañan seriamente la credibilidad de la narración y, por tanto, de la propia cinta en su conjunto. La concatenación de hechos que lleva a la trágica conclusión no puede, ni siquiera debe, explicarse al espectador por unas mínimas y banales referencias infantiles y de personalidad del personaje central y su ambivalente relación con la autoritaria y represora figura paterna.
Sostener una óptica insidiosa sobre la profesionalidad de una mujer cuando se enfrenta a una tentación, por seductora que ésta sea. Sostener que llegue a arriesgar todo lo ganado en una vida, su deontología, su caso, la justicia misma y existencias ajenas en peligro, por un par de revolcones es, cuando menos, irrisorio. Incluso directamente insultante.
Para que tal aserto tenga verosimilitud, la cinta tendría que estar habitada por una pasión, un climax carnal, un amour fou, un frenesí sexual, unas pulsiones, una comprensión y conocimiento del alma humana, de sus contradicciones, oscuridades y honduras, que está muy lejos de mostrar, retratar y tener, ni en el fondo, ni en la forma.
Para tí, Maribel, que luchaste hasta el final. In memoriam.
Una pareja joven, devorando la vida. Un amor a primera vista, en una discoteca. Unos nombres predestinados, Romeo y Julieta. Una relación intensa, lúdica y gozosa. Una hermosa ciudad que les sonríe. Un vínculo consolidado. Unas familias, burguesa y nada convencional, respectivamente. Unas amistades de las y con las que disfrutan. Una libertad compartida. Un bebé deseado. Un compromiso que hipoteca placeres. Unas noches en vela por un llanto continuo. Un retraso inquietante. Una oscura sospecha. Un diagnóstico atroz.
Una intervención de urgencia, de larga duración. Un cirujano eminente. Un niño de dos años, al borde del abismo. Alas de menores en hospitales públicos. Un arcoiris tierno, en las asepsias clínicas. Un@s doctores-as certer@s y prudentes. Unas salas de espera de angustia, de dolor y esperanza. Unas camillas como corralitos, camino de quirófanos. Ese llanto infantil, que puede ser el último. Un tratamiento duro, en cuerpo tan pequeño.
Un grupo humano unido en torno a una pareja. Una mujer y un hombre, negándose a rendirse. Unos pactos en contra de la desesperanza. Robarle espacio al miedo y a los malos presagios. Ir renunciando a todo, pero no a la alegría. Muchos días y horas arropando al enfermo. Risas, cuentos y juegos, mientras la quimio opera. La habitación del hijo, es donde está el hogar. Luchar intensamente, venciendo al desaliento. Las canciones que ayudan, acompañan y expresan. El tiempo se comprime y se alarga sin más…
Una realizadora, actriz y guionista, francesa, Valérie Donzelli. Un compañero, y colega en los tres registros, en la ficción y en la realidad, Jérémie Elkaïm. Los dos protagonistas de una historia conjunta. Una cinta aclamada, allí donde se ha visto. Una puesta en escena transgresora y vitalista. Un drama luminoso, conmovedor e intenso. Otra forma distinta de abordar un relato autobiográfico. Una emoción en rebeldía contra la tragedia. Un encantador y frágil Gabriel, al que va dedicada. Un homenaje y un reconocimiento a l@s profesionales de la Sanidad Pública.
Una declaración de guerra a la enfermedad y la muerte. Un combate sin cuartel contra la resignación. Un himno a la alegría, al placer y a la vida. Una mirada lúcida desde el dolor y el ánimo. Un drama a contracorriente. Un reparto estupendo, cercano y entrañable. Una mujer valiente, consignándolo todo. Una película hermosa, que te llega muy dentro. Una batalla esta, que nadie, nadie, debería perder.
La catalana Vicky Subirana Rodríguez escribió ‘Una maestra en Katmandú’ sobre su experiencia impartiendo clases en Nepal, donde sigue viviendo, y donde ha fundado dos escuelas infantiles y dos de adultos, con más de un millar de alumnos en total. Una mujer valiente y decidida, que cambió una vida acomodada por compartir las privaciones de la población y que ha sufrido agresiones y amenazas contra su vida por desafiar las leyes y las rígidas tradiciones imperantes en el país en cuanto a la educación de la casta inferior desheredada.
Iciar Bollaín, cineasta que ha evolucionado desde su intimismo inicial a un compromiso abierto con las causas de l@s más desfavorecid@s, y con las mujeres en particular, ha adaptado libremente el libro en esta su última cinta. Lo centra en los primeros años de estancia de la protagonista y en todas las vicisitudes y dificultades que hubo de afrontar. La escritura del guión la ha compartido con su habitual Paul Laverty y, si exceptuamos al personaje central, muy bien encarnado por Verónica Echegui -que optará al Goya a la Mejor Actriz, por este trabajo- el resto del reparto son nativ@s no profesionales.
Aunque confiesa que, como ‘También la lluvia’, ésta era una propuesta ajena, ello no es óbice para que le transmita a la historia una impronta muy personal de fondo y de forma. Su exquisita mesura y sensibilidad al exponer injusticias flagrantes disfrazadas de tradición y cultura, sin caer en maternalismos. Su manera de mostrar una historia de amor inesperada, que no vence a una vocación inquebrantable. Su visión de los personajes y sus razones por terribles que nos parezcan. Su honradez al constatar y hacernos ver la frustración de quien no puede con costumbres arraigadas de dramáticas consecuencias, pero será capaz con su trabajo de prevenirlas en el futuro. Su mirada sobre la hermosa amistad de dos mujeres, tan afines como radicalmente distintas. Su apuesta por una educación sin fronteras liberadora y justa, especialmente en el caso de las niñas.
Su testimonio fílmico, en resumidas cuentas, de una aventura tan personal como colectiva es irreprochable, aunque en ocasiones le falte garra e intensidad para transmitirnos la pasión de la protagonista por una peripecia vital tan incierta como peligrosa, cercana al mesianismo. Con dicha salvedad, una película más que digna. Hermosa, sensible y solidaria.
Paco Roca, Premio Nacional de Comic 2008, es el autor de este ‘Arrugas’ que Ignacio Ferreras ha llevado al cine con el mismo título y que estuvo preseleccionada para el Oscar de este año a la Mejor Película de Animación, aunque finalmente no optará a esta categoría.
La historia de una amistad que se desarrolla en una residencia de ancian@s entre dos hombres muy distintos. Miguel, un argentino caradura y vividor que intenta sacarle partido económico a la rutinaria y, a la vez, rígida cotidianidad impuesta por la institución. Emilio, por el contrario, parece tan resignado a estas circunstancias como víctima de un autoengaño que, en realidad, esconde un preocupante síntoma. Tal síntoma amenaza con enviarle a la última planta del edificio, donde sólo hay sitio para quienes llevan una existencia casi meramente vegetativa y sin esperanza de recuperación. Se trata del alzheimer.
Pero hay una forma de sustraerlos a ese destino. Encontrar un-una cuidador-a que se responsabilize de la persona enferma, escondiendo su olvido crónico y manteniendo la normalidad. Eso hace la mujer de un matrimonio con el marido… Mientras, ambos hombres difieren en sus posiciones y el mal de Emilio va avanzando lenta, pero inexorablemente.
Estamos ante una película de animación con temática adulta muy digna y bien contada. Los trazos sencillos, nada pretenciosos, de los dibujos convienen a la historia, confiriéndole una textura cuadriculada y triste, como el modo de vida de sus protagonistas.
Los personajes tienen consistencia y el tono general es crítico y emotivo, rehuyendo tanto el paternalismo como la sensiblería. Lástima que eso no pueda aplicarse a los personajes femeninos, inexistentes, definidos por su devoción al marido y compañero una, sin voz propia, y por sus atributos físicos otra, la instructora de gimnasia. Resulta lamentable que, para demostrar que aún existe deseo erótico en los ancianos, masculino plural, tengan que mostrarlos toqueteando los pechos y el trasero de esta última, como si fuera una travesura. Pues, francamente, no.
El magnífico Frank Langella de ‘Wall Street: El dinero nunca duerme’ dejó una frase para la posteridad, ya citada en la crítica de la película: «La vejez no es para cobardes». Se necesita mucho valor para encarar este tramo de la vida con la desesperanza y la resignación como únicos equipajes, frente a tantos olvidos. Especialmente si eres una anciana, a la que ni siquiera se le permite el hastío, ya que, en el peor de los casos, o están de servicio permanente a sus familias o se extinguen en la soledad más completa. Pero, insisto, ni el dibujante, ni el realizador, han sido capaces de contemplar a las mujeres más que con estereotipos sexistas.
La ferocidad con la que Alex de la Iglesia se aplica contra ciertas miserias de la realidad española, en clave esperpéntica o literalmente salvaje, es tan estimulante como necesaria. No siempre acierta a redondear esas historias suyas tan al límite de lo grotesco y de la sal gruesa, pero a fe que se agradecen porque sitúa el espejo, su cámara, en este caso, para que aprendamos a mirar(nos) sin complacencias, ni coartadas.
En este su último estreno, ‘La chispa de la vida’ sigue a un publicista en paro, cuya situación económica es crítica, ya que su mujer, profesora, también ha perdido su trabajo y se limita a hacer sustituciones. Se da la circunstancia de que nuestro protagonista fue un profesional brillante en su momento, inventor del celebérrimo eslogan ‘la chispa de la vida’, seña de identidad del famoso refresco, aún cuando nadie le reconoció su autoría individual y no pudo rentabilizar sus beneficios.
Este hombre tan digno como desesperado, un magnífico José Mota, decidido a recuperar el rumbo de su vida laboral, no duda en acudir a antiguos compañeros de profesión. Colegas a los que hizo ganar muy buenos dividendos y que apenas si le reciben o directamente le humillan. Aún asi, y para darle una sorpresa a su esposa, quien siempre le ha apoyado y comprendido, decide ir a Cartagena para reservar una habitación en el hotel donde pasaron su luna de miel. Pero este establecimiento ya no existe. Su lugar lo ocupar un Museo que alberga un Anfiteatro con cuya inauguración coincide. Al intentar salir de allí, cae desde una altura y se clava una barra de hierro en la cabeza.
A partir de ahí, se convierte en el desgraciado e involuntario protagonista de un revuelo mediático sin precedentes, además de poner en evidencia la chapuza del edificio y sus nulas condiciones de seguridad. La carrera contra el tiempo para intentar salvarle se pervierte en una competición contra reloj por la exclusiva de sus declaraciones. Para los representantes de la casquería más indecente, vale más muerto que vivo… Y él pretende aprovecharlo, en beneficio del futuro de su familia.
La impresentable fauna llamada humana, con la excepción de la familia del personaje central, que el realizador muestra en esta película – cuya negrura y dramatismo son más evidentea que en las anteriores, aunque no esté para nada desprovista de humor – se mueve por motivaciones tan indignas como representativas de su catadura moral. Pese a sus excesos de representación, de la Iglesia filma un documento impagable sobre la obscenidad que preside la sociedad del espectáculo en su versión más chabacana y, lamentablemente, de mayor aceptación popular.
Con un equipo técnico de categoría y un reparto entregado en el que no faltan algunas sobreactuaciones, destacamos a Salma Hayek, que da vida a una mujer enamorada y valiente, que se niega a vender la agonía y muerte de su marido al mejor postor, por un puñado de euros… La suya es la dignidad de rechazar el beneficio a toda costa, frente a las indignas e imperantes relaciones de compra-venta.