Archivo mensual: junio 2012

‘Ellas’: Verde celofán

Una solvente periodista francesa, mujer madura casada y con dos hijos varones, realiza un trabajo de investigación para la revista ‘Elle’. Se trata de un artículo sobre la prostitución juvenil y esto la lleva a entrevistar en profundidad a dos chicas universitarias que la ejercen, y cuyos testimonios provocarán un grave desajuste en su vida personal.

Este es el punto de partida de la cinta que nos ocupa, producción franco-alemana, dirigida por la polaca Malgoska Szumowska, también coguionista junto a Tine Byrckel. Cuenta con un trío de soberbias actrices, la siempre espléndida Juliette Binoche, y las excelentes Anaïs Demoustier y Joanna Kulig, y con una factura impecable, que sirve a la historia tanto como la traiciona. Nos extenderemos después sobre ello.

La estructura narrativa es interesante porque permite contemplar las conversaciones con cada una de las jóvenes, al tiempo que la puesta en imágenes de los relatos – los encuentros sexuales con los clientes – y, en paralelo, la vida doméstica y familiar – algo descontrolada y desigual para ella en relación a un marido más bien egoísta y desatento, y a un hijo adolescente tópicamente rebelde – de la reportera.

En la primera parte, Szumowska consigue integrar con una cierta coherencia de fondo y forma dichas líneas argumentales. Pero en la segunda, el conjunto se le va de las manos. En efecto, prefiere escorarse hacia el efectismo, hacia una vacuidad pretendidamente rompedora e intensa, hacia una banalidad disfrazada de trascendencia, hacia una gestualidad sin sustancia, hacia un erotismo que juega a porno suave de diseño…

Tal deriva confunde e intoxica el pretendido mensaje feminista – ¿feminista…? – que la anima. La visión de esas estudiantes prostituídas – que van por libres, sin mafias, ni proxenetas, con el solo y confesado objetivo de vivir mejor –  sirviendo sexualmente a hombres casados que podrían ser sus padres, quienes las pagan por prácticas eróticas que serían ‘incorrectas’ en sus lechos conyugales…

Esa visión resulta insidiosa y profundamente deshonesta porque, salvo en  episodios aislados, apenas si se nos muestra el dolor, la humillación, la indignidad y el alto precio que deben pagar ambas estando, como están, sometidas a un contrato no escrito de abuso de poder. Por el contrario, hay una cierta reivindicación perversa de sus pretendidos ejercicios de libertad y control, frente a la esclavitud del matrimonio burgués. Tópica y facilona oposición, siendo ambas situaciones más que cuestionables. Lo dicho, pierde el norte ético y estético y el verde celofán lo envuelve todo con sus tramposas mixtificaciones.

‘Hysteria’: Invenciones

Cuatro mujeres son las artífices de esta comedia – producción anglo-franco-alemana-luxemburguesa-  a la que el epígrafe de romántica le viene algo corto.  A saber, tres productoras Sarah Curtis, Judy Cairo y Tracey Becker. Y, por supuesto, la realizadora, Tanya Wexler. A ellas se añaden una co-guionista, Jonah Lisa Dyer y Sophie Recher en el diseño de producción.

Corre el año 1880, en la Inglaterra victoriana. Una época efervescente desde los puntos de vista científico, cultural, intelectual y creativo. Pero también oscura, represora, mojigata y rigídamente estrecha de miras en lo que respecta a los roles de género y, consecuentemente, a la visión de la identidad femenina.

En ese preciso momento confluyen los destinos de cuatro personajes. Dos hombres, dos médicos. Uno, joven y adelantado a su tiempo. El otro, maduro y prestigioso, que practica un heterodoxo – aunque totalmente respetable – masaje íntimo a sus pacientes, damas presuntamente aquejadas de ese conjunto de malestares difusos que se dió, y lamentablemente se usa aún en la actualidad, en llamar histeria.

Y dos mujeres, las hijas del segundo. Una, la mayor, feminista, comprometida con las causas de l@s desfavorecid@s, vehemente, apasionada, generosa y en guerra perpetua con su viudo progenitor. Otra, la menor, frenóloga, modélica ama de casa y anfitriona ejemplar.

La realizadora, de nacionalidad norteamericana, sabe imprimir, sin embargo, en este relato esa sutileza tan británica por la que las aristas más escabrosas – ¡un docto científico entregado a prácticas masturbatorias, junto a su joven ayudante a quien la actividad le provoca una tendinitis…! – son tratadas con la máxima asepsia y profesionalidad, aún rebosantes de ironía. La propia invención del vibrador es tan azarosa como creativa y resulta divertida la imagen de los distintos modelos del aparato a través del tiempo, mientras se proyectan los títulos de crédito finales.

La otra invención de la historia, el propio e infamante concepto de histeria, no parece lo suficientemente cuestionada, pero sí compensada por la asunción implícita – imposible explicitarla, dadas las coordenadas histórico-temporales en las que transcurre la acción – de un centro, de un ritmo y de una autonomía en el placer sexual femenino, a años luz de los rígidos esquemas anatómicos aún hoy vigentes.

El registro amoroso, con sus inevitables titubeos, confusiones, idas y venidas tiene a una mujer afirmativa – maravillosa, como siempre, Maggie Gyllenhaal – como sujeto irrenunciable y a un hombre – un tierno Hugh Dancy – que se aviene a una relación igualitaria y eso es muy de agradecer. Y también el resto de un reparto irreprochable, Felicity Jones, el gran Jonathan Pryce y un Rupert Everett casi irreconocible por los estragos del botox.

En suma, una película agradable y singular, con una feminista tras la cámara desmontando, con incisiva ironía, mitos y mixtificaciones.

‘Sueño y silencio’: Lo raro es vivir

Horas después de la visión de ‘Sueño y silencio’, el cuarto largometraje de Jaime Rosales, las imágenes y las sensaciones que despertaron permanecen en la retina del recuerdo. Unas imágenes en un blanco y negro, de granulado duro, salvo cuando abre y cierra el filme con dos momentos del proceso creativo de Miquel Barceló y en un plano aislado, casi al final de sus 11o minutos de metraje.

La sinopsis reza así: «Oriol y Yolanda viven en París con sus dos hijas. El es arquitecto, ella es profesora. Durante unas vacaciones en el Delta del Ebro, un accidente transformará sus vidas». Pero esta síntesis no es un manual de instrucciones, es apenas un punto de referencia, un asidero para enfrentarse a una experiencia cinematográfica radical.

Una experiencia fílmica en la que el guión de la película no tenía diálogos y los improvisó el reparto durante el rodaje de cada escena. En la que no hay lo que se entiende por dirección de actores (destacamos, por cierto, a la sevillana Yolanda Galocha en un papel protagonista). En la que no se repiten tomas, sino que es una toma única para cada situación. «En la que la improvisación inicial es la única, verdadera e irrepetible». En la que  abundan los planos fijos con los personajes fuera de campo. En la que nunca vemos un plano- contraplano para ilustrar una conversación. En la que las personas se integran en los espacios domésticos o exteriores con la misma solidez o liviandad de los objetos o los paisajes.

Muchas de estas características descriptivas de un estilo tan insobornable y a contracorriente, especialmente en un cine tan mayoritariamente conservador en fondo y forma como el nuestro. ya estaban en su ópera prima ‘Las horas del día’. En la magnífica y ganadora sorpresa de los Goya de 2008, ‘La soledad’. O en la tan inquietante como incomprendida ‘Tiro en la cabeza’. Pero en cada propuesta parece ir aún más lejos, aunque persistan sus señas de identidad tras la cámara.

‘Sueño y silencio’ es una película extrañamente luminosa dentro de la oscuridad de su historia . Extrañamente conmovedora, pese, o precisamente por eso, al ascetismo y distanciamiento con el que aborda una tragedia familiar  y sus daños colaterales. Clamorosamente expresiva en sus silencios. Viva y palpitante, pese a la aparente morosidad de su ritmo narrativo. Intensa hasta lo insoportable, en su pudor emocional y expositivo. Con una rara capacidad de sugerencia en su búsqueda de una espiritualidad inserta en la vida cotidiana. Con un reparto no profesional que da lecciones de maestría  al mostrar que hay esperanza contra toda lógica, porque el caprichoso azar mueve sus hilos en la rara circunstancia de vivir.

‘¿ Y si vivimos todos juntos?’: Los estatutos del tiempo

Ha habido diferentes aproximaciones fílmicas al tema de la edad, de la llamada tercera edad o, sin ambages, de la vejez humana. Y algunas de ellas las hemos consignado en este blog. Como las notables ‘Lola’, de Brillante Mendoza, ‘Poesía’, de Lee Chang-dong o ‘Another year’, de Mike Leigh. Franco-filipina, coreana y británica, respectivamente. O, la más banal, francesa, de Julie Gavras, ‘Tres veces veinte años’ o el largo de animación español, ‘Arrugas’, de Ignacio Ferreras. Es ahora el francés Stéphane Robelin el que dirige y escribe esta producción franco-germana sobre el tema, su segundo largometraje.

Cinco amig@s septuagenari@s, dos parejas y un soltero  impenitente. Solventes e ilustrad@s, intentan disfrutar al máximo el día a día con independencia y optimismo. Pero cuando les  acechan  impedimentos físicos y mentales, rehúsan resignarse a terminar en una residencia y deciden, contra la lógica imperante y contra el parecer de sus familias, compartir una casa juntos. Aunque contratarán a un joven estudiante para que les ayude y, de paso, llegue a escribir una tesis sobre la ancianidad en Europa.

Narrada en clave de comedia, aunque el toque amargo no esté ausente, tiene el acierto de situar a estas personas llenas de energía ante los odiosos límites que les impone a sus organismos el paso del tiempo. Y ante la opción creativa, atípica y solidaria de intentar paliarlos en la convivencia común. Asímismo, nos muestra sus deseos carnales, sus pulsiones eróticas, sus prácticas sexuales, de una forma desenfadada y divertida. Sobre todo, acierta con un reparto tan cohesionado y cómplice como excelente bajo los rostros de Jane Fonda, Geraldine Chaplin, Guy Bedos, Claude Rich y Pierre Richard, a los que se suma el siempre ajustado Daniel Brühl.

Pese a todo ello, no puede eludir lugares comunes, ni una sentimentalidad que roza el tópico más de lo que debería. Las dos mujeres, presumiblemente fuertes, están definidas fundamentalmente por sus relaciones con los hombres del grupo. Ambas, a la postre, sumisas y una de ellas bastante sometida a su malhumorado marido. El sacrificio se conjuga en femenino y el hedonismo en masculino. Rematadamente burguesa, le falta  honradez al eludir la visión de una ancianidad menos privilegiada y resultona, aún por contraste. El personaje de Brühl no suma, resta. Las comedias, cuanto más críticas y corrosivas mejor,  como nos enseñaron los maestros del género. Esta no es ni una cosa, ni la otra. Zumbona, a lo sumo.

El buenrollismo que destila, incluso en los momentos más dramáticos, es un arma de doble filo que, por un lado, se agradece y por el otro nos hace añorar el lado oscuro de esos «estatutos del tiempo con sus bochornos» a los que maldijo cantando Violeta Parra o el divertido cinismo de  Woody Allen, «la vejez no tiene ningún interés».

‘El arte de amar’: Buscando a Rohmer…

La oferta de la cartelera se muestra ultímamente pródiga en títulos franceses, que vienen precedidos, en su mayoría, del epígrafe de taquilleros. Así hemos podido ver ‘Intocable’, ‘Un feliz acontecimiento’, ‘Los infieles’ o ‘Las nieves del Kilimanjaro’… a las que ahora se suma la que nos ocupa y ‘¿ Y si vivimos todos juntos?’ que acaba de estrenarse y que comentaremos en breve. Comedias de diferentes calidad e interés, pero que dan la medida del auge de una cinematografía, que no siempre se ha hecho un hueco en las salas españolas.

Esta cinta es la sexta de las dirigidas y, en su mayoría, escritas y también interpretadas, por su realizador, Emmanuel Mouret. Se divide en cinco epígrafes que ilustran otras tantas historias en las que el deseo, la infidelidad, las nuevas experiencias, las dudas…  En definitiva, algunas de las variantes que puede tomar eso que da en llamarse amor.

Cinco relatos en los que l@s protagonistas están supuestamente vinculad@s entre sí por lazos sutiles. Publicitada como comedia romántica, no es tal cosa. La asociación de argumentos amorosos con el romanticismo,  es mero tópico. En este caso, además, la aproximación es distanciada, racional, irónica y cerebral recorrida , de manera muy cara a cierto cine galo, por una voz en off que complementa a las imágenes y diálogos aportando los matices de  los  verdaderos pensamientos, emociones y sentimientos de los personajes.

La puesta en escena tiene la inteligencia de eludir la teatralidad, pese a desarrollarse mayoritariamente en interiores y con cierto estatismo en su conjunto. La acción, por así decirlo, es más emocional y verbal, incluso que erótica o sensual. Deudora, salvando las distancias, de una cierta factura de la nouvelle vague y buscando, sin encontrarlo…, el cine analítico y entomológico de Rohmer, adolece de una falta de  coherencia interna y de desajustes de guión que la dispersan y banalizan, aunque su intención inicial fuera exactamente la contraria. Pretenciosa y, a la postre, simplista. Tan cargada de teoría como banal. Ni tan ágil, ni tan irónica, ni tan divertida… Y sí, eso lamentablemente sí, bastante misógina.