El guionista, escritor y cineasta parisino François Ozon, cosecha del 67, tiene en su haber títulos notables – como, en opinión de esta firmante, ‘El tiempo que queda’ (2005); ‘En la casa’ (2012) ‘Frantz’ (2016) o ‘Gracias a Dios’ (2018) – y otros que no lo son tanto. Aunque a todos ellos les imprima un inconfundible estilo que bebe de lo mejor del cine contemporáneo francés, Nouvelle Vague histórica y reciente incluida.
Aunque a todos ellos les imprima unas señas de identidad autorales que no necesitan subrayarse, pero que están ahí: en el tratamiento que le da a sus historias y en sus enfoques narrativos y de puesta en escena. A la elección de sus relatos que, aún siendo diversos, eclécticos y heterogéneos, dejan vislumbrar una mirada, su mirada fílmica, intensamente personal e intransferible.
Todos los elementos citados están en esta su última propuesta, la décimonovena de su filmografía. Libremente basada en la novela del británico Aidan Chambers ‘Baile sobre mi tumba’ y en recuerdos de juventud del realizador, sigue a un joven de 16 años, Alexis, que pasa las vacaciones en la costa normanda donde otro chico, de 18 años, David, le salva la vida cuando está a punto de naufragar con el velero de un amigo. Entre ellos, a partir de ese momento, se establecerá un vínculo apasionado.
Este romance, este primer amor de un verano único, nos es contado por el primero, a través de una voz en off, como un recuerdo que sirve de base a una investigación policial, en el que también interviene, al ser menor, una educadora social. Una investigación que trata de esclarecer ciertos hechos y sus responsabilidades. Pasado y presente se funden y alternan en un relato que mezcla el amor con la muerte y el thriller con el drama romántico, mientras un pacto debe ser cumplido. Aunque no todo sea, exactamente, lo que parece… como ya tendrán ocasión de descubrir.
El realizador muestra aquí toda su solvencia y sabiduría, toda su elegancia y saber hacer en esta historia. Una historia, tan luminosa como oscura, que le sirve para profundizar sobre la incandescencia, asimetría y fragilidad de los afectos, sobre la vitalidad arrolladora de una adolescencia que nunca es tópica en su y en este caso, sino reflexiva e ilustrada. Sobre la pérdida, la culpa y el duelo, pero también sobre la infinita comprensión de un chico, casi un niño, abrumado por unas circunstancias que le sobrepasan.
Y sobre los adultos, de clases diferentes, de familias y entornos diferentes, que les rodean, tan decisivos como secundarios, implicados irremediablemente en una experiencia tan intensa como luctuosa. Y lo hace con esa complejidad tan sutil y singular que le caracteriza en la que el impulso irrefrenable que describe y retrata va siempre unido a una carga reflexiva, a una carga analítica y teórica notables, tan deudoras – como se ha escrito al principio – del mejor cine francés.
Producción francesa, de 100 minutos de metraje, fechada este mismo año. Su guion se debe al propio director. La espléndida fotografía, que refleja muy bien las texturas estival y de la época, la firma Hichame Alaouié. Su atractiva banda sonora recoge los temas ad hoc. El reparto lo da todo y destacamos en él a los magníficos Félix Lefebvre y Benjamin Voisin. Pero también a Valeria Bruni-Tedeschi y Melvil Poupaud.
No se la pierdan.