Archivo diario: febrero 19, 2022

‘Un amor intranquilo’: Perder la razón, perder las razones…

Entre la nómina de los muy interesantes y cualificados realizadores-as belgas de distintas generaciones podríamos destacar a los hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne, cosechas del 51 y del 54 respectivamente, a Jaco Van Dormael, cosecha del 57, a Felix van Groeningen, cosecha del 77, a Gust Van den Berghe, cosecha del 85, a las desaparecidas Agnés Varda y Chantal Akerman, junto al responsable de esta película Joachim Lafossse, cosecha del 75, entre cuyos créditos están ‘Perder la razón’ (2012), ‘Los caballeros blancos’ (2015) o ‘Después de nosotros’ (2016).

En esta película Lafosse conecta, de alguna manera, con su infancia ya que retrata a un pintor – un extraordinario Damien Bonnard – que sufre trastorno bipolar, como el padre, quien además era maníaco depresivo, y la abuela del realizador. Este hombre tiene una aparentemente muy sólida relación con su compañera de vida, restauradora – una excelente Leïla Bekhti – y ambos profesan, a su vez, un afecto incondicional a su hijo.

El problema es la insidiosa manera en la que esta enfermedad mental amenaza a la estabilidad familiar. Porque el personaje central – que aunque no aparecen en la historia ni médicos, ni terapeutas – ya ha sido ingresado varias veces y en los extremos emocionales en los que vive, decide no medicarse ya que prefiere la fase maníaca, o eufórica, tanto a la hora de crear como a la de transgredir reglas y normas sociales al uso. Como por ejemplo…

Como por ejemplo, dejar a su hijo al mando de su embarcación, mientras él se lanza a nadar. O irrumpir en la clase del chico, lo que obliga al profesor a echarle y avergüenza al niño. Apenas duerme, está agitado, poseído por el impulso pictórico y fuera de control, por lo que tanto la mujer como el menor viven con preocupación y creciente ansiedad esta incandescente y explosiva exaltación, que amenaza con dar al traste con sus propios equilibrios.

Esto es especialmente cierto en el caso de la esposa que se ve obligada a ser enfermera, cuidadora, madre por partida doble y estar continuamente en alerta, descuidando su propio trabajo y abandonándose como persona en un estrés agotador. Luchando por él, por el menor y por un vínculo muy fuerte que es continuamente puesto a prueba.

Porque, paradójicamente, cuando vuelven a internarle en una situación extrema y límite, y regresa a casa dopado y con un tono vital muy bajo, en el que dormita casi siempre, el niño – un estupendo Gabriel Merz Chammah – añora, pese a todo, a ese padre loco, divertido a veces e imprevisible y le reprocha a la progenitora su «traición», al haberle provocado indirectamente el estado catatónico que tiene.

La mirada del realizador sobre esta convivencia doméstica tan explosiva y pendiente de un hilo, al par que por momentos incandescente y estimulante, es serena, empática, generosa y llena de comprensión por ese grupo de personas unidas por lazos de sangre habitadas por la inseguridad y la zozobra.

No juzga, ni condena, pero sí retrata los graves daños colaterales para la mujer – sobre todo, para ella, como se ha descrito – y para el hijo en común, provocados por un progenitor habitado por un trastorno severo que no quiere medicarse, que carece de autocrítica, que pierde la razón y las razones y que sólo, muy al final, admite lo díficil que resulta relacionarse con él. Y ese final, doloroso, necesario y abierto también…

Coproducción entre Bélgica, Luxemburgo y Francia, de 118 minutos de metraje. En su guion han intervenido, además del propio Lafosse, Lou Du Pontavice, Juliette Goudot, Chloé Leonil, Anne-Lise Morin y François Pirot. Su excelente fotografía la firma François Hensgens y su banda sonora tan agitada y dramática como el propio relato, Olafur Arnalds.

No deberían perdérsela.