‘Extraña forma de vida’: Dos hombres y un destino

Esta firmante se ha resistido mucho a ver la última propuesta de Almodóvar. No porque no le parezcan interesantes y estimables muchas de sus películas, pese a su misoginia en tantas de ellas, sino porque el recuerdo de la extraordinaria ‘Brokeback Mountain’ (2005), del excelente Ang Lee, estaba tan presente que pensaba que las comparaciones serían injustas, pese al talento incuestionable del manchego.

Pero afortunadamente no tienen nada que ver. En esta que nos ocupa, dos hombres vuelven a verse tras 25 años. Antaño eran una pareja de jóvenes, invencibles e incandescentes pistoleros a sueldo, que vivieron un romance apasionado que tan sólo duró dos meses, por esas cosas de la vida.

Y por esas cosas de la vida, uno de ellos, Silva, granjero ahora, vuelve al pueblo, donde ambos fueron felices, del que el otro, Jake, ahora es sheriff. La llama de su fugaz relación nunca se apagó en sus recuerdos, aunque siguieran caminos muy diferentes. Por ello, pese a la resistencia, más bien defensiva que real, del representante de la ley, la recrearán otra noche más, pero…

…Pero además de ese deseo mutuo, uno de ellos ha atravesado el desierto – el almeriense desierto de Tabernas, donde se han rodado cientos de películas y es considerado por la Academia de Cine del Viejo Continente «Tesoro de la cultura cinematográfica europea» – para volver a encontrarse con el otro, por razones que atañen a un asesinato cuya víctima era muy cercana a Jake y cuyo verdugo es el hijo de Silva, al que el primero persigue y al que el segundo, pese al rechazo que le provoca tal crimen, pretende librar de la acción de la justicia. Hasta que los tres hombres se encuentran, armados, y…

Almodóvar ha construído, en apenas 31 minutos de metraje, una hermosa historia de amor crepuscular entre dos hombres, muy distintos y alejados entre sí, que no se han olvidado nunca y a los que el destino se empeña en separar por los conflictos de lealtades en los que se ven inmersos.

Lo hace con tanta serenidad, sutileza y sensibilidad como fuerza y pasión. Con elipsis que incendian más la pantalla que si hubiese mostrado el sexo explícito, pero también con el fuego incontrolable que experimentaron en su hermosa veintena. Un fuego que les marcó para siempre.

Lo hace enriqueciendo al género con unas singulares señas de identidad – como quien representa a la autoridad haciendo la cama y manteniendo los cajones con su ropa cuidadosamente limpia y ordenada – aunque conservando otras. Lo hace sabiamente eludiendo marcas de la casa, para lo mejor y para lo peor, al uso, pero manteniendo su esencia fílmica.

Lo hace desarrollando un mediometraje – coproducción hispano-francesa, fechada en el año en curso y rodada en inglés – con un impecable y complejo guion que también ha escrito, que sabe a poco siendo tanto. Lo hace con un final abierto, luminoso y sugerente que, siendo redondo tal cual es, gustaría que fuese otro punto de partida.

Lo hace evitando ser un publirreportaje de la firma Yves Saint Laurent o de su director creativo Anthony Vaccarello, que la producen. Antes al contrario, les saca partido con la elegancia, otro rasgo diferencial, de los varones que la habitan.

Lo hace con la hermosa fotografía del maestro José Luis Alcaine y con la banda sonora a cargo del talento de Alberto Iglesias, ambos habituales del realizador. Junto al bello tema que da nombre al título, un precioso fado de Amalia Rodrigues cantado por Caetano Veloso, con el que arranca la película.

Lo hace con dos protagonistas en estado de gracia, amantes y antagonistas, como los eminentes Ethan Hawke y Pedro Pascal, además de jóvenes descubrimientos y de la presencia, breve pero muy de agradecer, de Sara Sálamo.

Lo hace, la hace, tan bien, que no deberían perdérsela.

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