A quien esto firma, esta película libanesa – una de las elegidas para debatir en la próxima sesión de nuestra tertulia de cine Luis Casal Pereyra del miércoles que viene, 6 de marzo, a las 19.30 en Casa del Libro Viapol, de 126 minutos de metraje, escrita y dirigida por la actriz y cineasta Nadine Labaki, cosecha del 74, tercera de su filmografía tras ‘Caramel’ (2007) y ‘¿Y ahora adónde vamos?’ (2011), con unas excelentes fotografía de Christopher Aoun y banda sonora de Khaled Mouzanar – le ha suscitado impresiones contrapuestas que va a intentar argumentar aquí.
Para empezar, aplaude sin reservas su compromiso con la infancia más vulnerable, paupérrima, explotada, abandonada y abusada en primer lugar por quienes tienen, o deberían, el compromiso de cuidarles y protegerles. Aplaude sin reservas que haya escogido un reparto no profesional y convertido a estos menores en protagonistas absolutos. Que haya mostrado su total desamparo frente a la indiferencia, luego complicidad, adulta e institucional.
Que les haya filmado, como declara a la revista Fotogramas, 500 horas, tras tres años de investigación por barrios marginales, a lo largo de seis meses, con un equipo mínimo, para que se sintieran seguros y queridos y pudieran mostrarse espontáneamente. Que haya escogido la mirada de un niño de 12 años – el prodigioso descubrimiento Zain Al Rafeea, cuya vida ha cambiado radicalmente a partir de este rodaje- para adentrarnos en un microcosmos sórdido y terrible, chabolista y misérrimo, en el que son las víctimas de las víctimas de unas calles, como las del pueblo pesquero libanés de Cafarnaúm y la propia Beirut, hostiles y retratadas con unas vistas en picado tan impactantes como la propia trama.
Que se abra con el juicio del protagonista, condenado a su vez por apuñalar a un indeseable, a sus padres por haberle dado la vida y no haber hecho apenas nada más por él y sus herman@s, especialmente dramático en el caso de su hermana más querida y cómplice, de 11 años, a la que no puede, pese a sus ímprobos esfuerzos, proteger de un destino atroz. Que encuentre otra familia de afectos en una inmigrante etíope y su pequeño, el adorable bebé Yonas, con el que intentará sobrevivir a toda costa, en un pathos creciente que no da tregua.
Pero también, siempre a juicio de quien esto firma, toda esa potencia desgarradora, todo ese sufrimiento, incurre en el exceso porque no tiene medida, ni equilibrio, ni cohesión. Se puede entender que Nadine Labaki – que, como la intérprete que es también, se reserve aquí el papel de la abogada del chico – se haya sentido desbordada por todo el horror que ha visto. y de cuyos testimonios, dramatizados por la ficción, se nutre ‘Cafarnaúm’.
Se le presuponen, al menos lo hace esta firmante, las mejores intenciones… pero en un relato fílmico como este – con tanto infortunio sobrevenido, con tantos temas además del mencionado como el matrimonio infantil, la inmigración o la trata de personas, por reales que sean- se necesita un filtro como el del guión. Como una escritura sólida, que aporte el contrapeso y la complejidad necesarias a situaciones, hechos, personajes e interrelaciones y esa, desde la opinión de quien esto firma, es una de sus carencias importantes.
Premio Especial del Jurado en Cannes, precedida de innumerables reconocimientos tales como haber sido nominada al Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa, la primera realizadora árabe que ha sido candidata en esta categoría, es, se repite, una de las elegidas para debatir en la próxima sesión de la tertulia de cine Luis Casal Pereyra del miércoles, 6 de marzo, a las 19.30, en Casa del Libro Viapol.
Ya están tardando en verla…
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