La película arranca ofreciendo una panorámica de los retratos de familia en una casa de alta burguesía. En ellos pueden verse diferentes versiones y edades, diferentes variaciones, de un hombre, una mujer, una niña/chica joven y un niño/chico joven. Luego muestra a ese hombre y a esa mujer en un despacho con sus representantes legales, ya que ella ha iniciado el proceso de separación.
Hablan del tema económico, de las pensiones, de los que cada uno/a ha aportado al matrimonio: ella, renuncia a su profesión y dedicación al hogar, al hijo y a la hija a tiempo completo y él la absorbente dedicación al trabajo como directivo en una multinacional que le han hecho pasar apenas seis de semanas en casa durante años, según recuerda la cónyuge. Una división sexual, sexista, del trabajo de manual aún penosamente vigente.
Aunque más tarde, en un nuevo encuentro esta vez a solas, la esposa se lamenta de que el dinero no lo es todo y que no quiere parecer codiciosa y él la comprende. Ambos deberán enfrentarse al grave estado mental de su hijo y él al ajuste de personal en su empresa.
El guionista, productor, actor y cineasta francés Stéphane Brizé – cosecha del 66, con títulos en su haber como ‘No estoy hecho para ser amado’ (2005) o ‘Mademoiselle Chambon’ (2009)- concluye con esta película que nos ocupa su llamada «trilogía del trabajo» que incluye a las notables ‘La ley del mercado’ (2015) y ‘En guerra’ (2018).
En ellas, en toda su filmografía, demuestra un talento poco común para retratar el lado más intimista a nivel personal y el más feroz, a nivel social, de un capitalismo salvaje que desprecia a sus plantillas como números, despojándolas de cualquier vestigio de dignidad en beneficio de la rentabilidad.
Esto es especialmente aplicable en la trilogía citada que culmina aquí. Con su actor fetiche, el excelente, poderoso y magnético Vincent Lindon, quien, de trabajador en las dos anteriores, ha pasado a ser un jefe de equipo que se encuentra atrapado entre la lealtad con sus trabajadores y la perfidia de una jefa nacional y sus adláteres que apuestan por los despidos.
Un hombre adicto a las pastillas, que se machaca en el gimnasio, que alterna los consejos de administración con estar presente en las desgarradoras crisis y desvaríos mentales de su hijo – un magnífico Anthony Bajon – que intenta, contra toda esperanza, plantear al GRAN JEFE norteamericano una solución para evitar esos «reajustes» que dejarán las secciones vacías, obligándoles a hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener la competitividad…
Brizé lo filma con elegancia, sensibilidad, contención e intensidad. Hace visibles las perversiones de un sistema codicioso e inmoral, explotador e indigno, que usa los chantajes permanentes y un lenguaje pervertido como modus operandi. Hace visibles las grietas y los daños colaterarles inflingidos a aquell@s que están bajo su yugo y a sus familias. Hace visibles tantas otras cosas y ese final, ese camino hacia ese «otro mundo», el mucho más adecuado título original…
Producción francesa fechada en 2021, de 96 minutos de metraje. La escribe con solvencia el propio director junto a su habitual Olivier Gorce. La retrata muy bien, en toda su desesperanza y tensión, otro de su equipo, Eric Dumont y la banda sonora, que suena cuando debe, es de Camille Rocailleux. A los actores citados, añadir a la eminente y exquisita, aquí en un breve papel, Sandrine Kiberlain.
Las piruetas del destino han hecho que, pese a no ser mayoritariamente votada, sea – porque se nos han quedado inéditas dos de las que sí – una de las elegidas para debatir en la próxima sesión de nuestra tertulia de cine Luis Casal Pereyra del miércoles, 1 de junio, cierre del curso y de la temporada, a las 19.30, en Casa del Libro Viapol.
Consulten horarios y sesiones y VÉANLA YA, YA, YA. El viernes desaparecerá de la cartelera. En cualquier caso, no hay que perdérsela.