115 minutos de metraje. Su director y guionista es Tom Ford, cosecha del 61, quien ha adaptado la novela de Austin Wright. Su preciosista fotografía la firma Seamus McGarvey y su partitura, Abel Korzeniowski. Gran Premio del Jurado en Venecia y tres nominaciones para los Satellite Awards, incluyendo mejores película y director.
En la historia confluyen ficción y realidad en la medida en la que una mujer, marchante de arte, recibe una novela de su ex marido, en la que se sumerge y le impacta profundamente, a la vez que recuerda la relación con él y su fracaso conyugal, reeditado en el presente con su segundo matrimonio.
Tres planos narrativos se entrecruzan, pues, aquí, y ninguno de ellos tiene la menor consistencia. Sí, en cambio, una envoltura visual hermosa, superficial, epidérmica y sin atisbo alguno de autenticidad, cuyas pretensiones de trascendencia devienen en meras pompas de jabón. Incluso la historia más presuntamente dura del libro, no puede evitar el toque decadente de una rudeza de diseño.
Pero es que, además, su mensaje – por llamarle de alguna manera – es profundamente misógino. Desde las mujeres que exhiben sus cuerpos deformados por la edad y los kilos en una absurda performance vacía de contenido. Pero nada de ancianos… Hasta el inicuo personaje de la madre de la protagonista, penita de Laura Linney.
También el personaje central, que arrastra una existencia tan infeliz como privilegiada, está atormentado por «haberle hecho algo terrible» a su ex. Pero, dadas las circunstancias, tanto como eso… En realidad, es el relato de una venganza de un hombre despechado – pero noble, generoso, sensible y él, sí, artista – aunque se le maquille como el justo castigo a una mujer «que acabará siendo como su madre», que no llegó a pintora, tiene una vaga profesión, un marido guapo y casquivano y un modus vivendi tan glamuroso como inane.
De la gente guapa a la América Profunda, de la ficción a la realidad, de los fracasos afectivos en la juventud y en la madurez… Tom Ford desaprovecha un material narrativo, que podría haber sido interesante, sin la ampulosidad esteticista, marca de la casa y sin el sesgo sexista ya citado. Esa oquedad general se contagia a un reparto que no ofrece sus mejores interpretaciones. Quizás por la inconsistencia de sus personajes. Esto es aplicable a Amy Adams, Michael Shannon, Laura Linney, y a un desaforado Jake Gyllenhaal.
Escrito queda. Ustedes mism@s.