Detroit es la capital del condado de Wayne y la ciudad más grande del Estado de Michigan. Centro del mundo del motor y del sello discográfico Motown. A menudo descrita, en los anales del FBI como «la más peligrosa de Estados Unidos» pero, también, para sus fundadores franceses, como ‘la París del Oeste’. Datos de la imprescindible Wikipedia. En esta urbe, tuvieron lugar los acontecimientos relatados aquí.
Así es. En el contexto de disturbios raciales a lo largo y ancho del país, los de la ciudad que nos ocupa, comenzaron el domingo 23 de julio de 1967 cuando la policía asaltó un after hours sin licencia, de clientela mayoritariamente afroamericana, con unas fuerza y violencia innecesarias y desproporcionadas. Con el resultado de un hombre abatido a golpes, protestas y pillajes que se saldaron, a lo largo de cinco días de pesadilla, con 43 personas muertas y 1.200 heridas.
Esta película describe el Estado de Sitio a los que la policía y la Guardia Nacional sometieron a Detroit durante estos terribles hechos. Y lo hace centrándose en lo ocurrido en el Motel Algiers donde tres adolescentes negros fueron golpeados y asesinados por las llamadas fuerzas del orden que, además, humillaron y torturaron, física y psicológicamente, a siete hombres de color más y a dos chicas blancas, bajo la coartada de que en el establecimiento se escondía un francotirador, algo totalmente falso. En un juicio posterior, los responsables de estas tropelías y masacres fueron declarados escandalosamente «no culpables».
Kathryn Bigelow nos narra, con su intensidad, fuerza, talento visual y potencia habituales, esta historia de terror en la que la lucha es desigual porque las víctimas están indefensas, desprovistas de sus derechos civiles y a la merced de los brazos armados de una ley que poco tiene que ver con la justicia, de los brazos armados de una ley que, teóricamente, debería protegerlas.
Esta historia en la que el matonismo policial impune campa por sus respetos. Esta historia sobre el infierno al que fueron sometidos nueve ciudadanos y dos ciudadanas, absolutamente inocentes y sin nada que ocultar, por unos servidores públicos sádicos, psicópatas y paranoicos en flagrantes abusos de sus poderes y autoridades. Esta historia en que las claves racistas, sexistas y de clase están implícitamente dadas y dotadas de lucidez y complejidad y también el entorno que propició tales aberraciones.
143 minutos de metraje. La escribe Mark Boal. La fotografía, con nervio, garra y hondo dramatismo, Barry Ackroyd. Otro tanto podría decirse de la música de James Newton Howard. El reparto, coral, está espléndido y totalmente entregado.
Puestas así las cosas, no deberían perdérsela.