El guionista y cineasta italiano Paolo Virzi – cosecha del 64, ‘El capital humano’, ‘Locas de alegría’, ‘La prima cosa bella’… – aborda en esta su última propuesta, duodécima de su filmografía, una historia parecida – aunque con personajes de edades y circunstancias muy diferentes – a la que filmara en la citada ‘Locas de alegría’.
En efecto. Como aquella, esta es otra road movie en la que sus protagonistas huyen para vivir intensamente, lejos de cuidados médicos y familiares, una aventura de alguna manera condenada al fracaso, aún cumpliendo el objetivo de ser libres a cualquier precio. En este caso, se trata de un matrimonio en el que él padece problemas de memoria y ella físicos y que deciden optar por el carpe diem itinerante hasta donde les lleguen las fuerzas.
Como idea no está mal, aunque no suponga novedad alguna ni siquiera para sí mismo. Pero resulta fallida en su tratamiento, igual que su precedente. Porque, de todos los enfoques posibles, ha elegido el más facilón y superficial. Porque no afronta la vejez sino de una manera paternalista y llena de clichés. Porque no es capaz de hacer una crítica tampoco a una sociedad medicalizada y gerontofóbica. Porque tampoco asume la enfermedad, la degeneración o el final más que para diluirlas en azucarillos sentimentales, pese a su pretendida dureza. Porque el guión es lineal y previsible de principio a fin.
Claro que esta producción – de 112 minutos de metraje, escrita por Stephen Amidon adaptando la novela de Michael Zadoorian, con una buena fotografía de Luca Bigazzi y una correcta partitura de Carlo Virzi – cuenta con dos activos fundamentales llamados Donald Sutherland y Helen Mirren, sobre todo ella.
Puestas así las cosas, y dado que es solo la opinión de quien esto firma, la pelota está en sus tejados.