El guionista, editor y cineasta francés François Ozon, cosecha del 67, es un realizador singular, con una trayectoria ecléctica, atípica y no siempre satisfactoria. Pero ha dado lo mejor de sí mismo, según la opinión de esta firmante, en títulos tan notables como ‘El tiempo que queda’ (2005), ‘En la casa’ (2012) o ‘Frantz’ (2016). A los que ahora añade esta su última propuesta, sin duda la más comprometida de su filmografía.
‘Gracias a Dios’ – 137 minutos de metraje, Gran Premio del Jurado en la pasada Berlinale, escrita por el propio director, con una excelente fotografía de Manuel Dacosse, una estilizada banda sonora de Evgueni y Sacha Galperine y un espléndido reparto coral en el que sobresalen Melvin Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud o Eric Caravaca – es una ficción basada en los hechos reales de los abusos sexuales cometidos por un sacerdote de Lyon sobre decenas de niños, con la complicidad encubridora de las altas jerarquías eclesiásticas, entre los últimos años 80 y los primeros 90 y en la lucha de sus víctimas y sus familias para terminar con tan aberrante impunidad y evitar que siguiera trabajando con menores.
El delincuente, Bernard Preynat, y sus superiores, como el obispo Philippe Barbarin, aparecen con sus nombres reales, mientras que se ha cambiado el apellido de los afectados. Datos de la revista Arcadia.
Ozon relata tan terrible historia sobria, escueta, milimétrica y sutilmente en una puesta en escena en la que no sobra, en opinión de esta firmante, ni un solo plano. En una narrativa que te conmociona profundamente en su ascética desnudez. En la que describe a sus tres personajes centrales, tan diferentes y tan próximos, en sus momentos presentes, en sus contextos familiares, con breves flashbacks del ominoso pasado común, integrándolo todo con una precisión tan concisa y compleja como intensa y emotiva.
Nos los muestra así, relevándose en su protagonismo de uno en uno, al católico, al ateo y al marginado. Al que vive, y es apoyado, por su mujer y sus cinco hijos, aunque le fallaran sus progenitores, siendo un devoto practicante y que cree firmemente en que los Padres de su Iglesia harán justicia, escribiendo cartas, concertando entrevistas, haciendo llamamientos y consultas… hasta que se da de bruces con la cruda realidad…
Al que duda, pero una vez comprometido, tiene claras sus estrategias y la artillería más pesada frente a un lobby prácticamente invencible, al que desprecia en toda justicia. Y al aparentemente más devastado en su modus vivendi, relaciones y hasta en su propia anatomía, que, marginado social como es frente a los otros, asume su decisión con todas las consecuencias.
Y a los tres, junto a las decenas de otros afectados – fueron casi un centenar – formando una asociación La Palabra Liberada como red solidaria, fuente de apoyo y única arma posible personal, mediática y legal contra ese enemigo tan poderoso como destructivo cuyas alianzas y tentáculos eran tan grandes que provocaron la prescripción de la mayoría de esos delitos pedófilos. Que toleraron que ese hombre infame, que reconoció los hechos cara a cara con ellos, siguiera relacionándose y acercándose a otros niños.
Un hombre infame que trató de boicotear el estreno de esta película. Un cardenal que todo lo sabía y que todo lo permitió. Una llamada justicia…
Por lo que cuenta, por cómo lo hace, por su mirada centrada en las víctimas – frente a la de los investigadores en ‘Spotlight’, de Thomas McCarthy con la que se la ha comparado – por su tratamiento, por su dignidad, por su valor, por su compasión y ausencia de exasperación o dramatismos al uso. Porque su testimonio es valioso, necesario e inapelable… VÉANLA.