Wikipedia y medios como El País, El Mundo, Expansión, La Razón y Europa Press, entre otros, se hicieron eco en aquel momento – y va a describirse muy esquemáticamente en este prólogo – de los brutales y sangrientos atentados terroristas que asolaron Bombay durante tres días de horror indescriptible que comenzaron el 26 de noviembre de 2008. En ellos, más de una docena de jóvenes ninguno mayor de 30 años y algunos de ellos, al parecer, británicos de origen paquistaní – armados con granadas y rifles de asalto y perfectamente sincronizados – atacaron cafés, estaciones, trenes, centros judíos y dos hoteles, el Oberoi Trident y el Taj Mahal en los que, además, hubo retenidos muchos clientes extranjeros como rehenes.
El saldo final fue de casi 200 civiles asesinados y alrededor de 300 heridos. Como dato curioso, entre quienes escaparon con vida y fueron rescatados estaban la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, cuya huída en solitario fue cuestionada, e Ignasi Guardians, eurodiputado de CiU y numerosos empresarios españoles. En cuanto a la autoría, y cerebros de los atentados, se señaló especialmente a un grupo paquistaní al parecer entrenado y financiado por los servicios secretos de ese país, en represalia por las matanzas de islamistas en Cachemira a manos del ejército indio. Pero sus responsables, o presuntos responsables, fueron puestos en libertad.
Con esta compleja urdidumbre el guionista, productor y cineasta australiano Anthony Maras – que debuta en el largometraje con esta propuesta, tras dos cortos muy premiados, especialmente ‘The Palace’ (2011) – tenía un excelente material de entrada para haberlo plasmado en clave de thriller o de drama político. Pero ha preferido inclinarse por el género de catástrofes y centrarse fundamentalmente en el segundo de los establecimientos hoteleros mencionados, el Taj Mahal Palace, llamado aquí ‘Hotel Bombay’, ‘Hotel Mumbay’ en su título original.
Lo que no quiere escribir esta firmante es que esta coproducción entre Australia, Estados Unidos e India – fechada en 2018, de 125 minutos de metraje, escrita, basándose en dichos hechos reales, por su director y John Collee, muy bien fotografiada por Nick Matthews y con una potente banda sonora de Volker Beltermann – sea desdeñable. No lo es.
Y no lo es porque sabe introducirte en un ámbito de lujo y refinamiento extremos – cuyo lema «el cliente es Dios» su responsable personal cumplía a rajatabla, hasta el punto de arriesgar sus vidas heroicamente por salvarles – convertido en un escenario de pesadilla. En un majestuoso y enorme edificio convertido en una ratonera. En un espacio paradójicamente nada protegido frente a las amenazas exteriores.
En un contexto en el que la policía no tenía medios, ni armas, ni efectivos para defenderlo. En un infierno donde cualquier decisión podía ser mortal. En las entrañas del horror donde unos criminales – porque ninguna razón religiosa, ni política, justifica tales matanzas – cuya artillería pesada les había deparado el poder y la autoridad, disparaban indiscriminadamente contra todo lo que se movía, sin importarles clase, edad, condición o nacionalidad, aunque buscaran hacer rehenes de preferencia ingleses y estadounidenses. Sabe conmocionar y transmitir tales espantos.
Lo reprochable, para esta firmante, es el tratamiento convencional, esquemático y previsible, deudor del género de catástrofes, con unos cuantos protagonistas resultones-as, con un aura heroica o romántica de distintas extraciones sociales, cuyas vidas y avatares importan más que otras reflexiones y otros análisis políticos, de clase, históricos o económicos. Porque dicho tratamiento aplicado a una tragediade tal magnitud es, como poco, cuestionable. Un@s protagonistas, que responden también a los clichés de género, a l@s que les prestan su buen hacer Dev Patel, Armie Hammer, Jason Isaacs, Nazanin Boniadin o Anupam Kher.
Aún se proyecta en el Nervión. Consulten horarios y sesiones y fórmense sus propias opiniones viéndola.