Esta firmante ha dejado claro, con el epígrafe de esta crítica, que la película que nos ocupa le ha resultado decepcionante. Decepcionante hasta decir basta. Porque esperaba mucho más de una historia que comienza muy bien y que, a fuerza de giros y retruécanos, concluye rematadamente mal en su criterio. Pero no se propone adelantar los acontecimientos, sino dar un titular.
Producción norteamericana, de 109 minutos de metraje, cuyo título original, mucho más ajustado que el «ingenioso» castellano, es ‘The good liar’. Escrita, más bien mal, por Jeffrey Hatcher, adaptando la novela, desconocida para quien esto firma, de Nicholas Searle. Tiene una notable factura, que incluye las hermosas fotografía de Tobias A. Schliessler y banda sonora de Carter Burwell, ambos habituales de su director, el guionista, productor, actor y realizador de cine y televisión Bill Condon, cosecha del 55.
Condon es dueño de una filmografía irregular en la que coexisten una maravilla como ‘Dioses y monstruos’ (1998), que recibió el Oscar al Mejor Guión Adaptado, o las menores pero dignas ‘Kinsey, el científico del sexo’ (2004), ‘El quinto poder’ (2013) y ‘Mr Holmes (2015) frente a los errores de bulto de las dos entregas de la saga Crepúsculo: Amanecer Parte 1 y Parte 2 (2011 y 2012) respectivamente, que fueron unánimemente vapuleadas por la crítica.
Aquí combina lo mejor y lo peor de ambas vertientes. Porque la historia de un estafador profesional que conoce a una rica viuda por internet – ella es amable, culta, receptiva y generosa, aunque con un nieto que desconfía de él -, que se las promete muy felices con su suerte pero que, conforme su interés por la dama va en aumento, se enfrentará con su propio pasado oscuro… Porque esta historia tiene un inicio modélico, una primera parte más que sugerente y una segunda parte inviable y desastrosa a juicio de quien esto firma.
Lo que bien empieza, mal acaba en este caso. De ser una digna, inteligente y elegante reflexión sobre los riesgos y ventajas de las citas a ciegas y sobre las relaciones en una edad más que madura, con una cierta intriga sobre su desarrollo que le añada chispa, desemboca en unos flashbacks tan esquemáticos y caricaturescos, en unos giros de guión tan tremendistas como inverosímiles que la conducen al desastre. Tanto que ni siquiera los eminentes talentos de Helen Mirren e Ian McKellen juntos y por separado salvan la función.
Escrito queda. La pelota, en sus tejados.