«La herencia de la educación es una mochila muy pesada». Son palabras de Pilar Palomero – escritora, guionista, documentalista, cortometrajista y cineasta aragonesa de la cosecha del 80, cuya ópera prima es esta que nos ocupa – a Begoña Piña, en una magnífica entrevista del pasado día 4 de este mes de septiembre, que puede, y debe, leerse en Público.
Una entrevista en la que ambas mujeres diseccionan ese tiempo de contrastes – los años 90 donde está ambientada esta historia con muchos tintes autobiográficos – en la política, en el país, en lo público, en lo privado y en lo que se refiere a la socialización de niñas y mujeres.
La entrevistadora citada lo expresa muy bien en un párrafo que esta firmante suscribe en su integridad: «El rancio y venenoso modelo de la mujer ama de casa sumisa y obediente… y el otro patrón de la mujer excesivamente sexualizada que dominaba en la sociedad distorsionaron el paso de la infancia a la adolescencia de millones de niñas españolas»
En efecto, nada más cierto. Muy esquemáticamente, y sin ninguna pretensión sociológica, los Juegos Olimpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla, la Unión Europea, la prosperidad coexistiendo con la crisis en la escena política, junto a los coletazos de la movida, los llamados todavía «crímenes pasionales», las presuntas «libertades» individuales impregnadas de machismo y heterosexismo en la cotidianidad, el cine o la televisión… formaban un totum revolutum que integraba también la represión más oscurantista en los centros religiosos y en entornos cerrados, ferozmente conservadores y nada permeables a los cambios.
En este último escenario – en el año de gracia de 1992, en su Zaragoza natal – sitúa la directora la historia de una niña de 11 años – muy probablemente su alter ego, muy probablemente la niña que ella fue – hija de madre soltera, aunque supuestamente viuda, y su algo prematura iniciación a la adolescencia a través de una chica nueva y rebelde, compañera de colegio, y de las hermanas mayores de sus condiscípulas. Un proceso en el que descubrirá las mentiras y las hipocresías adultas.
La mirada de Pilar Palomero es tan demoledora como sutil, exquisita, cuidadosa y emotiva de fondo y forma, de puesta en escena, enfoque y narrativa. Sensible, inteligente, lúcida y contundente, sabe combinar sabiamente el relato más íntimo con el político de la educación sentimental y sexual de una generación de mujeres, la suya propia.
Desde el microcosmos monjil – tan represor – hasta el de las discotecas -y su aprendizaje temprano de una feminidad estereotipada y objetal – las niñas, estas niñas, aquellas niñas tan niñas… debieron conciliar lo irreconciliable.
Debieron crecer y madurar pese a esas contradicciones tan tóxicas como alienantes. Especialmente en el caso de la tierna y adorable protagonista, una prodigiosa Andrea Fandós, en cuya mochila además está el ser el fruto del «imperdonable» pecado de una madre – estupenda como suele Natalia Molina – tan cariñosa como estricta, exhausta de trabajar, para librar a su hija de su destino, de su culpa hasta que… Y ese final.
100 minutos de metraje. Su guión lo escribe también la realizadora, que ha introducido además, con gran acierto, muchas escenas en las que ha trabajado con su excelente reparto de chicas prácticamente improvisando. La magnífica fotografía la firma otra mujer, Daniela Cajías. Y la estupenda banda sonora se debe a Juan Carlos Nayas.
Biznaga de Oro a la Mejor Película, Mejor Fotografía y Premio Feroz de la Crítica en el Festival de Málaga. Seguirán lloviéndole reconocimientos. Todos le son debidos. Y oiremos hablar mucho de ella en los próximos Goya.
Una joya, un debut deslumbrante. Ni se les ocurra perdérsela.