Sobre la mujer real que inspira el personaje central de esta película, Antonina Miliukova (1848-1917) quien esto firma – que ha consultado textos en redes de páginas tales como Wikipedia, PERFIL, el blog de los Cines Renoir y El Confidencial, entre otros – ha podido saber que su familia – muy agresiva y conflictiva, al decir del músico – era de la nobleza moscovita venida a menos.
Que tenía que coser para ganarse la vida. Que conoció al músico cuando ella tenía tan sólo 16 años y él 25 y que se enamoró perdidamente de él como artista desde entonces, hasta el punto de matricularse para estudiar piano en el Conservatorio de Moscú donde él daba clases, pero que no pudo completar su formación por motivos financieros.
Que le escribió apasionadas cartas hasta que él, temiendo que se hiciera pública su orientación sexual, le respondió en 1877, cuando ella ya contaba con 28 años y él 36, para, tras un mínimo trato, proponerle matrimonio y celebrar la boda en el año citado.
Que en esas más de dos décadas transcurridas entre el primer encuentro y el casamiento, no se sabe más de ella. Se convierte, por tanto, en la mujer de… Lamentablemente para ambos, aunque el calvario y el infierno fueron especialmente duros para una Antonina, tan ingenua como sensible y tan mitómana como inocente, que creyó posible cambiar, en función de su entrega incondicional y obsesiva, a un hombre que no amaba, que no deseaba, a las mujeres.
Unas mujeres cuya situación en la Rusia de la época, siglo XIX, que también condenaba la homosexualidad, era prácticamente su inexistencia civil y legal. Que eran, a todos los efectos, representadas por el marido hasta en el pasaporte. Que, precisamente por ello, el vínculo conyugal se convertía en su único destino y, en este caso, en su maldición.
Así que esta unión nunca fue consumada. Así que los lazos fraternales que le había propuesto unilateralmente el compositor se convirtieron pronto en cadenas de las que él huyó a los pocos meses porque, pese a estar reprimido en sus inclinaciones afectivo-eróticas, era libre para hacerlo. Sólo se vieron un par de veces más en encuentros casuales propiciados por la esposa y de los que él huyó aterrado.
Ni siquiera pudieron los amigos de él convencerla, ofreciéndole dinero, para que firmara el divorcio por infidelidad, pese a que tuvo cuatro hijos, que fallecieron en un orfanato terrible, de cuatro hombres distintos. Porque ella progresivamente enloquecida por un amor mal entendido a causa de la subordinación femenina y de las relaciones de poder entre los sexos, no quiso nunca renunciar al vínculo que la unía a él. Algo que le proporcionaba el estatus de mujer del genio. Y pese a todo ello, su final fue el peor.
El guionista y director de cine y teatro ruso, afincado en Alemania por problemas con la justicia en su país, Kirill Serebrennikov, toma partido por ella en esta historia y la convierte en una heroína trágica. Una heroína intensa y alucinada, demente y contumaz, delicada y devota, entregada hasta el delirio y hasta la locura de amor, o de algo parecido al amor.
Y lo hace con claroscuros, con un tratamiento imponente, majestuoso, denso e intenso, casi gótico. Un tratamiento visual hermoso y apabullante, subrayado por la música inmortal, en una biografía transgresora y cualquier cosa menos convencional. El retrato de una mujer y de un matrimonio en las antípodas del que inspiró a Ken Russell en ‘La pasión de vivir’ (‘The music lovers’, 1970).
Pero, para quien esto firma – pese a apreciar estos indiscutibles valores plásticos, estéticos y de puesta en escena tan elegantes y suntuosos – falla un guión que podría haber incidido mucho más en las personalidades tan contrapuestas, especialmente la del personaje central, en el contexto ya citado de un tiempo y un país.
En lugar de eso, prefiere dilatar el metraje innecesariamente, rendirse a las reiteraciones especialmente en la segunda parte y construir un relato disperso, lleno de saltos espacio-temporales que restan y no suman, que confunden y no aclaran en una sucesión de escenas y situaciones sin una coherencia interna.
Coproducción entre Rusia, Francia y Suiza, fechada en 2022, de 143 minutos de metraje. El insatisfactorio guion también lo escribe el propio director. La magnífica fotografía se debe a Vladislav Opelyants y la notable banda sonora, temas inmortales aparte, la firma Daniil Orlov. En su reparto coral destacar a una inmensa Alyona Mikhailova, muy superior al personaje que la representa aquí. Le da la réplica con dignidad y solvencia el estadounidense Odin Lund Biron.
En cualquier caso, hay que verla. Y debatirla como haremos esta tarde, EXCEPCIONALMENTE A LAS 20 HORAS, en Casa del Libro Velázquez, durante nuestra tertulia de cine Luis Casal Pereyra. Que no te cuenten la tertulia, tienes que vivirla. ÚNANSE. Quique Colmena y una servidora estamos deseando verles.