A punto de cumplir 73 años, Bertrand Tavernier es todo un clásico del cine francés y universal con 25 títulos en su filmografía, incluyendo la cinta que nos ocupa. Títulos entre los que hay obras mayores como ‘El relojero de Saint-Paul’, ‘Un domingo en el campo’, ‘El juez y el asesino’, ‘Ley 627’, la demoledora, ‘La carnaza’, Oso de Oro en Berlín, ‘Hoy empieza todo’ o ‘La vida y nada más’ y un largo etcétera. Autor comprometido política y socialmente con el tiempo que le ha tocado vivir, nunca se ha permitido el sectarismo, la superioridad moral o las exclusiones ideológicas, aunque esté inequívocamente de parte de las víctimas y en contra de los abusos de y del poder.
Puestas así las cosas, el establishment gubernamental ha sido objeto de sus dardos críticos, directa e indirectamente. Pero es la primera vez que se los dedica a los entresijos de la llamada alta política y en clave de sátira, además. La historia está basada en la novela gráfica homónima de Christophe Blain y Abel Lanzac. Este último, antiguo asesor del ex primer ministro, Dominique de Villepin. Luego es un secreto a voces que está inspirada en la figura de este personaje público, que aquí toma los rasgos de un hiperactivo Ministro de Asuntos Exteriores. Este hombre trae loco a su equipo con los, a la vez, rígidos y ambivalentes conceptos en los que basa su trabajo y contrata a un joven, de izquierdas e ilustrado, para redactar sus discursos, poniéndole a prueba continuamente. Mientras, varias crisis internacionales empeorarán las cosas…
La mirada del cineasta no deja títere con cabeza al exponer, de forma corrosiva, ácida e hilarante, las miserias de un individuo prepotente, egocéntrico y narcisista que incurre en contradicciones enormes y que, bajo sus pretendidas solemnidad y carisma, esconde una ignorancia y una tosquedad escandalosas. Sin el menor asomo de autocrítica, por descontado. Revela de qué manera puede provocarse y-o resolverse una catástrofe diplomática por un punto o una coma, poniendo el acento en esto o en aquello. Afirmando una cosa y la contraria simultáneamente. Demoledor.
Y también retrata ese peculiar microcosmos de asesores-as de un personaje tan ciclotímico. Un personaje cuyas delirantes entradas en los despachos hacen que los documentos vuelen, que nunca está satisfecho con nada, que no respeta la privacidad, ni el tiempo libre ajenos, que espera de ell@s una adhesión y disponibilidad absolutas. Este staff, presuntamente privilegiado, pero sometido a presiones, estrés y pequeñas humillaciones cotidianas, que debe sacrificar su sentido común, conocimientos y hasta sus ideas por conservar su trabajo. Víctimas, pero también cómplices, no se escapan del escalpelo de Tavernier.
No es lo mejor de su filmografía y se resiente de tics, reiteraciones, cierta ausencia de sutileza y otros excesos. Pero merece la pena asomarse a ella, de todas, todas. Y su reparto está magnífico. Comenzando por Thierry Lhermitte, Raphael Personnaz – que ganó un César al Mejor Actor de Reparto -, el siempre solvente Niels Arestrup, Julie Gayet, Anaïs Demoustier y un largo etcétera en el que incluimos la estimulante presencia de Jane Birkin.