El guionista y realizador irlandés Mark Noonan, cosecha del 82, debutó en el cine con esta película, en 2015, consiguiendo el Premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de cine de Berlín, o Berlinale, ese mismo año. 82 minutos de metraje. Fotografiada con una cierta y hermosa pátina nostálgica por Tom Comerford y con una partitura igualmente evocadora de David Geraghty, sigue a un hombre condenado a quien le conceden la libertad provisional, con una serie de condiciones, para cuidar de su sobrina debido a la muerte inesperada de su hermana. Ni uno, ni otra, ni las circunstancias, lo pondrán fácil…
El tratamiento de este drama familiar, que remite a una temática muchas veces abordada en el cine, es extremadamente contenido y peculiar. Delicada, sutil y sugerente, no se permite subrayados, ni catarsis, o apenas las imprescindibles, emocionales o sentimentales. Al contrario, está habitada por una fina ironía y por un sabio y agridulce sentido del humor. Tanto más sensible cuando, sin eludir las duras aristas del relato, ni los clichés en los que podría incurrir, los soslaya suavemente.
La gravedad de lo que se cuenta se nos va transmitiendo en pequeñas dosis, muy al estilo de determinado cine independiente. Los personajes parecen aceptar sus nuevas circunstancias de una manera tan distanciada como comprensiva. Pero… no hay tal indiferencia y el director sabe revelarnos sus confusiones, vulnerabilidades, traumas y desventuras, junto a ciertas revelaciones que nos los aproximan. Cuenta para ello con la complicidad de un excelente reparto y con la química y el talento de sus dos protagonistas Aidan Gillen y Lauren Kinsellan.
Quien esto firma, pese a todo, le reprocha que haya dejado cabos sueltos y contradicciones en algunas de sus líneas narrativas secundarias y en el retrato de alguno de estos personajes. Pero, de todas, todas, les recomienda verla.