‘Petra’: Herencia maldita

Resulta curioso que la siempre eminente, y arriesgada y selectiva en su filmografía, Bárbara Lennie, encarnase a una protagonista en  busca de la madre que la abandonó, en la notable ‘La enfermedad del domingo’ de Ramón Salazar y que aquí haga lo propio con su padre –  tras la muerte de su progenitora, que nuca quiso revelarle su identidad, pero al que ella consigue localizar por otras vías y…. Resulta curioso, aunque ambas propuestas sean radicalmente distintas,  tanto en historia como en tratamiento.

Quien esto firma, es muy afín al cine de Jaime Rosales – cosecha del 70, ‘La soledad’ (2007), ‘Sueño y silencio’ (2012) o ‘Hermosa juventud’ (2014)… – del que esta es su sexta película. A su estilo depurado y ascético, en el que los planos se mantienen fijos en los interiores mientras los personajes dialogan sin ser mostrados hasta que entran en escena, pero nunca simultáneamente. A que nunca les encuadre en plano contraplano,; a que les rodee con la cámara; a la importancia que da a los silencios y al fuera de campo, a…

Estas señas de identidad están aquí al servicio de una historia profundamente trágica, en clave de hecho de tragedia griega, que va in crescendo pero  que – otra de las marcas de la casa – está despojada de cualquier dramatismo al uso. El realizador evita, por todos los medios, cualquier atisbo de efusividad emocional, pero nunca el cara a cara feroz, airado o cínico entre los personajes centrales.

Unos personajes que están marcados por una herencia maldita que parte de un patriarca despiadado – un excelente Joan Botey – un villano sin paliativos, cuya mayor pulsión, aparte del dinero y el poder, es dañar a sus semejantes, pero que es, al tiempo, un artista de talento.

Un villano que desprecia a su hijo fotógrafo de las excavaciones de las fosas, pero, ¡¡¡ay!!!, cazador, aunque no haya ninguna imagen de sus víctimas. Intrigado por su hija, que se introduce en su mundo por la vía de la pintura. Que engaña a tod@s y que provoca la destrucción por donde pasa.

Estructurada en capítulos que no son consecutivos, pues comienza con el segundo y juegan con el presente y el pasado, a modo de peculiares flashbacks, por decirlo de alguna manera, Rosales narra la historia con las piezas de un rompecabezas espacio-temporal, de acción-reacción, causas y efectos, que nunca son lineales. Así nos obliga a recomponerla y, luego de haberla visto, luego de ese fundido en negro final antes de los títulos de crédito, también a repensarla.

Porque nos remite a una burguesía ilustrada, miserable y cínica; al mercado del arte: a la Memoria Histórica, al patriarcado despótico, al genio desprovisto de ética y moral; a víctimas y a cómplices; a vengadores, a unas confusiones genéticas que generan aún mas desdichas y a una conclusión de alguna manera redentora y generosa, que abre la esperanza a un nuevo comienzo. Y lo cuenta, se insiste, cuenta este relato, estas vidas rotas, distanciadamente, sin énfasis, subrayados, ni sentimentalismo alguno. Lo que la hace, si cabe, aún más demoledora.

107 minutos de metraje. La escribe también Jaime Rosales, junto a Clara Roquet y Michel Gaztambide. La fotografía admirablemente una mujer, Hélene Louvart. Hay, en este caso, piezas musicales que subrayan algunos momentos decisivos de una hermosa banda sonora que firma Kristian Eidnes Andersen. El reparto funciona muy bien, aparte de Lennie y Botey ya citados, Marisa Paredes está tan elegante y eficiente como siempre, lo mismo que Álex Brendemühl, tierno y conmovedor pese a sus aficiones cinegéticas. Y se agradecen las presencias de Petra Martínez, Carme Pla, Chema del Barco y Oriol Pla.

Deberían dejarse incomodar e interpelar por ella y no perdérsela.

 

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