Una boda fastuosa. Una imponente mansión. Una fortaleza, de dorado lujo, apartentemente al abrigo de las asechanzas exteriores. Una jueza que se retrasa. Una alta burguesía de celebración, ajena a los tumultos callejeros. Una ciudad en la que estalla la violencia incontrolada de l@s desheredad@s. Unos hospitales colapsados que deben dejar sus camas y espacios a los nuevos heridos. Una rabia de clase sin conciencia, pero implable, que no les llega a esa beautiful people que se piensa inmune. Unas calles en llamas.
Un hombre, antiguo sirviente, que pide ayuda para su mujer que forzosamente debe ingresar en un carísimo hospital privado. Una mujer moribunda. Unas gentes que apenas ayudan, ni por caridad. Una joven prometida dispuesta a todo por resolverlo. Una revuelta. Una invasión. Un secuestro. Un país en Estado de Sitio. Unas cárceles siniestras. Un toque de queda. Saqueos, pillaje, la rabia desbordada de quienes estuvieron sometidos. Unos espacios públicos y privados sembrados de cadáveres. Unas bodas de sangre…
Mezclen todo ello en un increscendo casi insoportable de violencias de todo signo. De ferocidad, torturas y crueldades, de asesinatos, de violaciones a las prisioneras – en esto también deja claro que las mujeres somos botín y esclavas sexuales de todas las guerras – de crímenes contra no importa quien, aunque mayormente dirigidos a ric@s y poderos@s. Mezclen todo ello bajo la representación de una distopía aterradora como paradójicamente posible, a través de una puesta en escena febril e intensa, casi enloquecida, que no da respiro y que imposibilita cualquier refugio en una zona de confort.
Mezclen todo ello con el anonimato de los personajes, con la indiferenciación de víctimas y verdugos, de víctimas cómplices y de verdugos que fueron víctimas. Mezclen todo ello con el ruido y la furia de una revuelta de una clase, como ocurría en ‘Parásitos’ con la que se la ha comparado, sin épica, ni lírica, ni ideología, ni programa. Mezclen este genocidio con el de las intolerables desigualdades sociales, aunque ni uno ni otro sean justificables. Mezclen…
Producción entre México y Francia, fechada en 2020, de 88 minutos de metraje. Escrita y realizada por el guionista, productor y cineasta mexicano Michel Franco, cosecha del 79, con títulos en su haber como ‘Daniel y Ana’ (2009), ‘Después de Lucía’ (2012), ‘Las hijas de Abril’ (2017), todas premiadas también. Con una espléndida fotografía de Yves Cape y un reparto coral más que solvente. Gran Premio del Jurado, León de Plata, en Venecia y Mejor Película Latinoamericana en los Premios Feroz.
Quien esto firma se ha sentido impactada y concernida por cuanto en ella se narra y que ha intentado, mal que bien, transmitirles. Quien esto firma se ha sentido tan absorbida como a veces irritada o confusa por el totum revolutum del relato, por la indiferenciación de unos personajes que, con honrosas excepciones, no han sido descritos como merecían y como la historia requería. Quien esto firma piensa que su conmoción y carga crítica, que son notables, se ven neutralizadas parcialmente por el catálogo de los horrores mostrado.
Pero pese a, y precisamente por, ello… les recomienda encarecidamente verla o hacerse con ella. Es una película necesaria, que nos interpela individual y colectivamente.