‘First cow’: El hombre la amistad

Este singularísimo western – o neo western, que rompe tantos esquemas – comienza citando uno de los Proverbios del Infierno del visionario poeta William Blake, que reza así: «El pájaro un nido, la araña una tela, el hombre la amistad» De ahí, el título de esta entrada.

Y de una hermosa amistad entre dos hombres habla esta película. Una película de la que esta firmante no hará una crítica al uso. Porque es cualquier cosa menos una revisión del género al uso. Porque en ella no hay grandes espacios, soles ardientes, ni extensas llanuras. Porque en ella no hay tiroteos, ni duelos, ni conflictos étnicos, aunque haya clases y colores de piel preponderantes. Porque en ella no se retratan guerras civiles, ni acontecimientos históricos señalados.

Porque en ella tampoco hay amores, ni romances, ni casi mujeres, aunque algunas asomen en roles episódicos. Porque en ella no hay villanos de cliché, aunque si un perverso, cruel y refinado hombre de mundo que ejerce como amo. Porque en ella no hay esclavos, aunque sí sirvientes. Porque en ella hay una vaca, la primera vaca del título, muy cariñosa – y ya saben que esta animalista no gusta que el cine haga uso de las especies no humanas -, que rinde un inestimable servicio a los protagonistas, cuyo nombre real es Evie, y como tal aparece en los títulos de crédito.

Porque en ella los hombres caminan. Porque en ella apenas si hay jinetes. Porque en ella casi no se muestran los caballos. Porque en ella hay una vegetación lujuriosa, tan hospitalaria como hostil. Porque en ella no hay sequedad desértica, sino una humedad tropical, la de los bosques de Oregon, la tierra de referencia de la cineasta, que traspasa la pantalla. Porque en ella no hay granjas, sino casas de madera paupérrimas y la mansión del rico. Porque en ella hay hombres golosos dispuestos a pagar fortunas por los buñuelos de leche robada que saben a los de las pastelerías más exquisitas de la civilizada Londres.

Porque en ella hay un cocinero de talento capaz de hacer milagros con pocos ingredientes. Porque en ella hay un oriental perseguido, y luego liberado de su destino, muy dotado para los negocios. Porque en ella hay un mercado donde pagarés y monedas compran las ofertas. Porque, salvo excepciones, en ella las tonalidades son oscuras, incluso las diurnas, apenas aliviadas por las luces del fuego y de las velas.

Porque en ella hay dos varones sensibles, empáticos y bondadosos, que tejen una relación profunda destinada a perdurar en el tiempo. Porque en ella la hostilidad del territorio es tan insidiosa como sutil. Porque tiene un arranque sorprendente que anuncia un final predestinado.

Porque sus 121 minutos de metraje saben a poco. Porque su directora también escribe el guión adaptado con el autor de la novela en la que se basa, Jonathan Raymond, un nombre constante en su filmografía. Porque tiene una preciosa, que no preciosista, y muy cuidada, fotografía de Christopher Blauvelt. Porque su banda sonora, hermosa y que no se prodiga, pues respeta los silencios y sonidos naturales, la firma William Tyler.

Porque tiene un reparto sólido y solvente a cuyos personajes centrales les prestan sus talentos John Magaro y Orion Lee. Porque su realizadora, guionista y escritora, de la cosecha del 64, Kelly Reichardt, tiene títulos destacados, muy reconocidos y premiados, tales como ‘Old joy’, ‘Wendy and Lucy’, ambas de 2008 – esta que nos ocupa se hizo en 2019 y está ambientada en la década de 1820 – ‘Meek’s Cutoff ‘, otro western, (2010) o ‘Certain women’ (‘Vidas de mujer’) de 2016.

Porque viene precedida de los máximos reconocimientos de la crítica y de tantos galardones prestigiosos como le son debidos. Porque…

No se la pierdan.

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