La venezolana afincada en España Claudia Pinto Emperador, cosecha del 77, coguionista – junto a Eduardo Sánchez Rugeles – y directora de esta película que nos ocupa, segunda de su filmografía tras ‘La distancia más larga’ (2013), ha comentado en ‘El Periódico’, entrevista fechada el pasado día 17, las peripecias de su accidentado rodaje.
Como que la elección de la isla canaria de La Palma, la localización perfecta para la historia, les trajo el problema añadido de que una tormenta de arena les hizo suspender seis meses el rodaje. Imagínense lo que hubiese ocurrido ahora con la erupción volcánica…
Como que estuvieron a merced de la naturaleza, que los equipos había que trasladarlos en lanchas y los materiales eléctricos, que no podían mojarse, en triolinas por el acantilado. Como que no había luz, ni Internet, que utilizaban paneles solares, que el 90 por ciento de su filmación fue en exteriores, en doble versión castellana-catalana y que hubo mucho rodaje nocturno Como que fue heroico, un esfuerzo titánico, pero que se enamoró del lugar. Como que la actriz principal, Juana Acosta, tenía las mismas dificultades con el mar que su personaje. Como que…
Todo ello hay que ponerlo en contexto para valorar aún más el trabajo intrépido de un equipo técnico-artístico con su realizadora al frente. Un equipo y una realizadora que han sabido dar lo mejor de sí mism@s para trasladar en imágenes esta historia.
La historia de una mujer en un duelo que cursa con la culpa, cuyo marido murió por salvarla en un accidente cuando ambos practicaban submarinismo, presa de la angustia y de los desequilibrios emocionales, que vive con su padre y una hija adolescente y que decide volver a la casa familiar en la isla volcánica para sanar y reencontrarse con sus raíces. Pero, una vez allí, las sombras de los traumas del pasado, de inquietantes secretos y de las propias sospechas sobre su entorno más cercano se ciernen sobre ella.
Como esta firmante no se propone perpetrar spoilers, hace constar el talento audiovisual de Claudia Pinto Emperador a la hora de filmar la majestuosidad de un paisaje, la belleza de un mar, de un poderoso océano, que fluyen, rugen, amenazan y se relajan al compás de las emociones de los personajes como elementos narrativos y dramáticos de primer orden.
Hace constar su talento en la creación de atmósfera, de un climax angustioso, en clave de thriller psicológico, que sobrevuela un microcosmos familiar progresivamente claustrofóbico e inquietante. Hace constar su talento al mostrar las tensiones, las ambivalencias de los vínculos padre-hija, sobre todo, pero también los de abuelo-nieta y madre-hija.
Todo ello muy bien reflejado en los 96 minutos de metraje y apoyado en la extraordinaria fotografía de Gabriel Guerra, en la adecuada banda sonora de Vincent Barriere y en un reparto entregado con nombres tales como los de Juana Acosta, Carme Elías, Alfredo Castro, junto a una fugaz aparición de Héctor Alterio y el descubrimiento de María Romanillos, justamente galardonada como Mejor Actriz de Reparto en el Festival de Málaga, donde la película también recibió el Premio de la Crítica.
Pero… en opinión de esta firmante la resolución de los enigmas, tras todo el clima ya descrito, resulta apresurada y decepcionante. Le resta profundidad y hondura a lo narrado y le suma una ampulosidad vacía de contenido. El material narrativo pedía a gritos otro desenlace, más complejo, más integrado en el desarrollo de la historia y menos esquemático.
Pero, en cualquier caso, estamos ante una cineasta a seguir y se impone verla.