«Una cuenta en el collar del tiempo…» es así como el protagonista de esta película define – en un arranque tan lírico como perturbador, con una voz en off que se integra perfectamente en el relato, relato fílmico que resulta luego ser circular en su conclusión – el pasado. Un pasado del que piensa que es un momento perfecto, único, acabado.
Un pasado en el que invita a sumergirse a sus clientes. Una inmersión literal y simbólica, a través del agua, electrodos, una inyección previa y su voz, que controla a través del holograma en el que se visualizan los recuerdos, un material muy adictivo, por un tiempo muy determinado para no comprometer su integridad física y mental.
Este barquero, como él mismo se describe, antiguo investigador privado que colabora también con la Fiscalía junto a una socia y amiga fiel, les conduce con seguridad a través de los vericuetos de una memoria que es tan precisa como fugitiva. Les anima a detenerse en momentos felices, les guía para descubrir sus secretos más ocultos.
Les ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso, los hechos frente a las mixtificaciones o los enfoques de un mismo suceso que se perdieron en su momento. Aunque las trampas de la nostalgia y del autoengaño siempre estén al acecho. Hasta que un día, una mujer tan sugerente como misteriosa que acude a su «consulta» pone su universo del revés, le interna en paraisos e infiernos desconocidos.
Ambientada en una Miami del futuro – a la que también se llama Costa Anegada porque cedió gran parte de su territorio al océano y hay que navegar para atravesarla – postbélica e inquietante con enormes diferencias de clases y submundos aterradores, transita entre la ciencia ficción, el thriller más oscuro y el drama romántico.
En una ciudad bella y tenebrosa, pródiga en contrastes, donde la supervivencia a toda costa y la ley del más fuerte, venga esta de altos o de bajos fondos, son sus señas de identidad. En una ciudad en la que sus habitantes han perdido la esperanza en el futuro y por eso se aferran a ese pasado que el personaje central pone a su disposición.
En una ciudad, en un ambiente, donde el amor está proscrito, atravesado por traiciones y engaños. Y no sólo el mal llamado romántico sino el de madres y padres con hijas e hijos. En una ciudad donde prima la sospecha sobre los afectos. En una ciudad donde la vida vale muy poco. En esa ciudad se desarrolla la historia que esta firmante ha descrito a grandes rasgos, sin entrar en detalles, ni incurrir en spoilers.
Una historia, una mirada de mujer que debuta con ella en el cine- la de la guionista, productora y directora de televisión norteamericana Lisa Joy, cosecha del 72, quien también la escribe. Una producción estadounidense, fechada en el año en curso, de 116 minutos de metraje, fotografiada con excelencia por Paul Cameron y con una estimulante banda sonora de Ramin Djawadi – tan sugerente como frustrante.
Una historia a la que esta firmante le agradece que la composición de una de las protagonistas, una insatisfactoria Rebecca Ferguson, huya del estereotipo de la femme fatale del cine negro al uso y que la otra sea fuerte, empática, resolutiva, lúcida y leal, una estupenda Thandie Newton. Y que siga cultivando el lado sensible de un simplemente correcto Hugh Jackman.
Una historia bajo la influencia, de fondo y de forma, de puesta en escena y de tratamiento, de otros ilustres precedentes en el cine y en la televisión. Ustedes las advertirán sin duda. Una historia no carente de atractivos, de clima y de capacidad evocadora, que podía haber resultado mucho más hermosa, intensa y profunda de haber explorado todas sus posibilidades y todas las cuestiones existenciales que plantea solo epidérmica y convencionalmente.
Con todo, una realizadora a seguir. Con todo, deberían verla.